por Sebastián Tapia
En 2018 el gobierno de Donald Trump abandonó la idea de la Guerra contra el Terrorismo para enfocar su Estrategia de Seguridad Nacional en lo que denomina “competencia estratégica interestatal” con China y Rusia, principalmente, Corea del Norte e Irán en segundo grado. Hay un gran debate sobre si esto constituye el inicio de una Nueva Guerra Fría, si es la continuación de la misma de antes, o si es un proceso completamente nuevo. Lo que podemos asegurar es que esta competencia entre bloques no se limita al ámbito político, militar o económico, sino también lo ideológico. Y no se limita solamente al planeta Tierra.
Objetivo: Marte
La gran noticia de la semana en el ámbito espacial fue el aterrizaje del robot Perseverance en la superficie de Marte. Está basado en el modelo anterior, el Curiosity, que continúa explorando el planeta rojo. Y orbitando Marte se encuentran el MAVEN, el Odyssey y el Reconnaissance Orbiter, que sirven de enlace de comunicación con los robots exploradores. Sin dudas, el gran objetivo del programa de exploración estadounidense se enfoca en Marte.
Pero no están solos allá. Los principales socios estadounidenses en la exploración de Marte es la Agencia Espacial Europea (ESA). El Mars Express, que orbita el planeta desde el 2004, y el ExoMars Trace Gas Orbiter, que lo hace desde el 2016, pertenecen a esta agencia y han colaborado con la información necesaria para hacer posible este aterrizaje.
En épocas de competencia interestatal, no puede dejarse un premio tan grande como la exploración de Marte a un sólo bando. Tanto Rusia como China también tienen su interés.
En el caso ruso, el mismo Trace Gas Orbiter que colaboró con el aterrizaje del Perseverance, es parte del projecto ExoMars que se realiza en conjunto entre la ESA y Roscosmos. Y en caso de continuar la cooperación científico técnica entre Europa y Rusia, la próxima misión un robot explorador europeo en la superficie de Marte. Queda en duda, ya que la relación entre ambos está en su punto más bajo, debido a sanciones económicas por motivos políticos. “No ha quedado nada, ni siquiera unos contactos esporádicos sobre asuntos internacionales”, dijo el canciller Lavrov.
Desde el lanzamiento de su primer nave tripulada en 2003, China ha avanzado a pasos agigantados en la exploración espacial. Al igual que Europa, Rusia y los Estados Unidos, en estos días se encuentra orbitando Marte la primer misión china. La sonda Tianwen-1 espera el momento para aterrizar su propio robot explorador. Si bien el programa de exploración estadounidense lleva décadas de experiencia acumulada, la velocidad con la que China se ha puesto al día es impresionante.
Poblar la Luna
Si bien estos cuatro grandes jugadores espaciales, Estados Unidos, Europa, Rusia y China, tienen capacidades similares con respecto a Marte, es en la Luna donde sus objetivos difieren.
La NASA, bajo órdenes del entonces presidente Donald Trump, asumió la tarea de volver a colocar humanos en la superficie lunar para 2024. El proyecto Artemisa reúne todos los esfuerzos necesarios para lograrlo, incluyendo capitales privados y asociación con agencias extranjeras. Pero establecer la presencia humana en la Luna no es el objetivo final, sino el paso intermedio para llevar humanos a Marte. Es decir, la Luna es un medio, no un fin.
En cambio, para el programa espacial chino, la Luna es el objetivo principal. No como un lugar de visita o como parada intermedia hacia otro destino. Sino el establecimiento de una base permanente en la superficie lunar con población humana. China ya visitó la Luna con tres sondas robóticas, la última incluso, Chang’e 5, envió muestras de tierra lunar de vuelta a la Tierra. Tres nuevas misiones robóticas abrirían el camino para la instalación de una Estación Internacional de Investigación Lunar (ILRS).
Este objetivo parece ser el más atractivo para la cooperación internacional. Rusia, que en 2017 había aceptado participar del proyecto de estación orbital lunar Gateway junto a Estados Unidos, terminó por abandonar ese proyecto y firmar un acuerdo de cooperación con China para participar en la construcción de la base lunar internacional. La diferencia principal es que en el proyecto estadounidense, Rusia sería un socio menor de un proyecto liderado por la NASA. En cambio, en el proyecto chino, ambos socios lo son en partes iguales. Por empezar, Rusia planea la misión Luna 25 a fines del 2021 para enviar una sonda al polo sur lunar, lugar donde años más adelante llegarían las sondas chinas Chang’e 6, 7 y 8 y se establecería esta base internacional. Las misiones rusas tripuladas están planeadas para 2030, ya sea con un cohete nuevo más pesado y una nueva nave espacial, o el cohete Angara A5 con una versión liviana de esa nueva nave.
La Agencia Espacial Europea, en cambio, coquetea con ambos proyectos. Firmó el acuerdo con Estados Unidos para la construcción de la Gateway, pero también considera participar del proyecto chino de una base internacional lunar.
Llegan nuevos jugadores
Pero de igual manera en la que China surgió económicamente y desafía la hegemonía estadounidense, otras potencias reclaman un estatus más importante en el sistema internacional. Y también exponen en la exploración espacial el peso de su nueva situación.
India es una de estas potencias. Un gigante demográfico y potencia nuclear. Hace unos años ya que está probando una cápsula espacial que le permita enviar personas al espacio, además de haber enviado dos sondas a la luna. La primera, Chandrayaan-1 de 2008, orbitó la luna sin problemas y detectó humedad en el suelo lunar. La segunda, lanzada en 2019, falló en el alunizaje por lo que se perdió el robot explorador. La tercera será lanzada en marzo de 2021, para poder hacer alunizar un explorador. No necesita de un nuevo orbitador, ya que todavía funciona el de la misión anterior. El lugar de alunizaje elegido es el polo sur de la luna, igual que las futuras misiones chinas y rusas.
En 2019, Israel trató de realizar el alunizaje de una sonda sin éxito. La iniciativa no fue del Estado, sino de un grupo de privados que buscó posicionar al país como una de las grandes potencias espaciales. La sonda alcanzó la Luna, pero no de manera controlada, por lo que se destruyó al chocar la superficie.
Su principal rival regional, Irán, está impedido de realizar un programa espacial ambicioso debido a las sanciones económicas. Sin embargo, tiene la capacidad de enviar sus propios satélites militares y ha desarrollado un cohete portador capaz de alcanzar órbitas bajas terrestres (500km de altura).
Turquía, otra potencia regional con ambición de más, anunció recientemente la creación de un programa espacial con el principal objetivo de alcanzar la Luna en 2023. Esta meta busca celebrar los 100 años de la República de Turquía.
Quienes sorprendieron al resto de la comunidad científica espacial con la celebración de su aniversario fueron los Emiratos Árabes Unidos. Para festejar los 50 años de la unificación de los siete emiratos, lanzaron el 2020 la sonda Al-Amal (Esperanza) hacia Marte. Esta sonda ya se encuentra orbitando el planeta rojo, al igual que la sonda china y las estadounidenses, y envía imágenes hacia la Tierra.
Un nuevo mundo
No es casual que todas estas nuevas potencias que están intentando, de una forma u otra, alcanzar la Luna sean asiáticas. Es un reflejo del cambio que se está generando en el sistema internacional, de un mundo centrado en el Atlántico a otro centrado en Eurasia. Al igual que en otras esferas de la competencia estratégica interestatal, se ven estos dos grandes bandos. Uno enfocado en la participación de capitales privados y agencias gubernamentales, bajo la órbita del gobierno estadounidense, y otro centrado en la cooperación internacional de agencias estatales con igual grado de participación. Es decir, el modelo excepcional y el modelo multipolar, que hemos visto antes.