Por Mariana Vazquez
“Los personajes y hechos retratados en esta película son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales, es pura coincidencia”
Frase encontrada por vez primera
en la película Rasputín y zarina, 1932,
que llevó a que Irina Alexandrovna denunciara
a la Metro Goldwyn Mayer en 1933.
Pero ésta, es otra historia… ¿o no?
El MERCOSUR, sin dudas, atraviesa hoy su momento de mayor tensión en 30 años de historia. Esta coyuntura en gran parte se explica por una extrema tensión en un binomio clave: el binomio Argentina-Brasil. Las diferencias en el frente político son evidentes, y a ellas se suma el divorcio en la mirada de la economía política de la integración.
Solemos decir que las relaciones económicas internacionales, en sus momentos de mayor coherencia, son proyecciones de las miradas nacionales del desarrollo (cuestión cara a países periféricos como los suramericanos), de las políticas domésticas y de cómo se conciben ambas cuestiones en su relación con la integración regional. Augusto Costa, Carlos Bianco y Mariela Bembi han llamado a esta cuestión, en esta geografía, “el trilema del MERCOSUR”. Este momento no hace excepción a ello. Paulo Guedes, responsable del sendero reciente de la economía brasileña luego de una elección que prohibió de facto al candidato con mayor intención de voto, Luiz Inácio Lula da Silva, es coherente en esto. La primarización, extranjerización y destrucción de la industria brasileña, acompañadas de un brutal proceso de privatizaciones, como consecuencia de las políticas del gobierno del que forma parte, tendrían un tinte de irreversibilidad importante (efecto lock in, en inglés) con la baja salvaje del arancel externo común del MERCOSUR que propone a sus socios.
Y, como a veces parece que todo tiene que ver con todo (toda similitud es pura coincidencia por supuesto, ya lo hemos dicho), frente a la pregunta sobre otros momentos en la historia en los cuales se ha buscado llevar adelante una apertura inmediata y lineal de la economía, de esta magnitud y velocidad, en la región sólo aparece una respuesta; Chile, en el gobierno de Augusto Pinochet. Y ¿qué tendrá que ver un arancel con la democracia y el Estado de derecho?
El MERCOSUR de las tres renuncias
En junio de 2012, cuando tuvo lugar el golpe de Estado en Paraguay, que ha sido calificado de manera contundente por Jorge Lara Castro, canciller de Fernando Lugo, como un golpe a la UNASUR, se fortalecieron en el MERCOSUR fuerzas restauradoras cuyos proyectos implican, por lo menos, tres renuncias: la renuncia a la búsqueda de márgenes de autonomía en el escenario internacional; la renuncia al desarrollo y su pre condición que es una transformación en el patrón dependiente de inserción económica internacional; y la renuncia a la democracia y al Estado de derecho. En esta geografía en disputa, estas fuerzas fueron responsables de aquel golpe en Paraguay, del golpe institucional en Brasil, y de la suspensión ilegal de la República Bolivariana de Venezuela del MERCOSUR, que denominamos oportunamente golpe institucional regional. Estas fuerzas estuvieron acompañadas por el proyecto que representó, en Argentina, el gobierno de Mauricio Macri que, otra coincidencia, suspendió en 2019 las elecciones al Parlamento del MERCOSUR, por decreto, violando el derecho del MERCOSUR, una ley nacional y la propia Constitución. Total normalidad.
Más allá de la excepcionalidad, que no hay espacio aquí para analizar, del gobierno del Frente Amplio de Uruguay, que no encaja por supuesto en este patrón pero que también promovió un MERCOSUR más abierto al mundo, es imposible no considerar que la situación actual del bloque es, sin dudas, hija de un importantísimo retroceso democrático y de la vigencia del Estado de derecho en la región. No es ajena a la triste historia regional de proyectos económicos de dependencia que han buscado consolidarse a través de retrocesos en este sentido, sino a sangre y fuego.
¿Ideas retrógradas? O el velo del dogmatismo neoliberal
La tensión regional en cuanto a la economía política de la integración se centra hoy en dos cuestiones: la rebaja sustancial y a gran velocidad del arancel externo común del MERCOSUR, propuesta por Brasil acompañado por Uruguay y Paraguay; y las propuestas de flexibilización del bloque, protagonizadas centralmente por Uruguay, con apoyo más o menos silencioso de Brasil y rechazadas por Paraguay. A ambos caminos, la República Argentina se opone. Democracia mediante, el pueblo argentino votó mayor autonomía, desarrollo, industrialización y empleo de calidad, en fin, ciudadanía.
Esta tensión no es novedosa. En los últimos tiempos de coexistencia de gobiernos populares en la región ya se sentía con intensidad, expresada con mayor visibilidad en las tensiones generadas por las negociaciones de un acuerdo con la Unión Europea. Tiene sus raíces en asimetrías nunca encaradas con suficiente contundencia y en divergencias en los proyectos nacionales de desarrollo. Sin embargo, la virulencia del conflicto ha escalado. Evidentemente, para el Brasil de Bolsonaro ni la integración regional ni la relación bilateral con Argentina constituyen prioridades políticas, más allá de que la ley de la materia a veces tome otros senderos menos deseables para los gobernantes brasileños de hoy. Y esta última Cumbre fue un episodio más de esa escalada.
Mientras el presidente de Argentina, Alberto Fernandez, hacía referencia a “un MERCOSUR productivista, que dé trabajo, que genere industria y que tenga cohesión social”, se refería a una “economía mundial más regionalizada y que apuesta por fortalecer las cadenas regionales de valor”, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro afirmaba trabajar “por el rescate de los valores originales del bloque, asociados a la apertura y mayor y mejor integración en las cadenas globales de valor”. Luis Lacalle Pou, presidente de Uruguay, remataba “El mundo ya va muy rápido; el mundo se está entrelazando comercialmente, (…). El mundo no nos va a esperar”. Para quienes convivimos con el discurso de “apertura inteligente al mundo” de Mauricio Macri, nada nos sorprende. Lo que no deja de sorprender es el hecho de que no hay biblioteca o evidencia empírica seria, sobre todo luego de la pandemia del COVID, que pueda sostener una mirada del mundo que prevea una mayor liberalización o apertura global. Las tendencias al reshoring o near shoring, es decir, de retorno a la búsqueda de cadenas de suministros más próximas, no las inventó el COVID. El sendero proteccionista y las disputas comerciales de estos tiempos, tampoco. Pero sí, estos gobiernos que se quedaron en el ¿90? plantean que la búsqueda del desarrollo es un objetivo arcaico (Bolsonaro, sic).
¡Es el Tratado de Asunción, estúpido!
Un día antes de la Cumbre de presidentes, haciendo gala de desprecio por los usos y costumbres diplomáticos, el gobierno de Uruguay avisó a los socios que había decidido negociar acuerdos con terceros unilateralmente. ¡Qué casualidad! (coincidencia, como veníamos diciendo) El día de la Cumbre las fuerzas populares uruguayas lograban en una gran gesta militante juntar las firmas que se necesitan para someter a referéndum la Ley de Urgente Consideración, normativa insignia del gobierno y cuya discusión amerita otra nota.
El gobierno de Lacalle Pou afirmó ese día que la decisión No. 32/00, del año 2000, que obliga a los Estados Partes del bloque a negociar conjuntamente, no está en vigor porque no ha sido internalizada. De nuevo, sería bueno recomendar al gobierno uruguayo volver a revisar la biblioteca. La norma está en vigor. Pero, en cualquier caso, es un falso argumento. Esta norma es un instrumento del derecho derivado del bloque. Pero la obligación de negociar conjuntamente, como le recordó el presidente Alberto Fernandez, se encuentra en el texto y en el espíritu del derecho originario del bloque: en el Tratado de Asunción y en el Protocolo de Ouro Preto. Ameritaría otra nota contar la historia de estos usos extraños del derecho del MERCOSUR, que estas derechas interpretan “a la carta”. Baste decir que, cualquier país que desee negociar acuerdos en forma unilateral, deberá dejar de ser Estado Parte del bloque para devenir, eventualmente, en un Estado Asociado, como es el caso del Chile (porque todo tiene que ver con todo, dijimos) y del resto de los países de Sudamérica.
30 años no es nada, pero no es poco
La mayor tensión en 30 años, sin dudas. Sin embargo, en un mundo en transformación, con fuertes tendencias al proteccionismo y la regionalización, y en perspectiva histórica, la relevancia geopolítica y económica del bloque es indudable. La situación de Argentina es difícil, por cierto. Y el pueblo argentino, está claro, votó un proyecto que es antagónico al de los socios. Paciencia estratégica, sin dejar las convicciones en la puerta de una negociación, es el camino.