Observatorio del Sur Global

30 años del Mercosur | 5 puntos para pensar los próximos 30 años del MERCOSUR

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14 Minutos Leídos

por Damián Paikin¹

El MERCOSUR cumple 30 años en el marco de un continente donde las experiencias de integración no parecen gozar de buena salud. No sólo la UNASUR se encuentra prácticamente desmantelada, sino que también el proceso de integración más antiguo de esta parte del mundo, la Comunidad Andina de Naciones, sufre con la desatención de sus socios principales.

Similar problema se presenta en la Alianza para el Pacífico, la niña bonita del renacer liberal de mediados de la década pasada, pensada como un eje de la defensa del libre comercio en la región a la que la política proteccionista de Trump le dio la espalda.

Es en esta comparación que la resiliencia del MERCOSUR cobra más valor, sobre todo porque las relaciones políticas entre los países miembros no pasan por su mejor momento y los modelos de desarrollo entre las naciones divergen en una medida que al menos no se había conocido a lo largo de todo el período de vida del bloque.

En este contexto, el objetivo de este trabajo es analizar cuáles fueron las causas estructurales que permitieron la conformación, consolidación y perdurabilidad del MERCOSUR durante estos 30 años y advertir sobre cuáles son las condiciones de este nuevo tiempo que obligan a generar cambios a riesgo de no festejar, en 2051, los 60 años del bloque.

Necesidades divergentes, objetivos convergentes. Las causas que dieron origen al MERCOSUR

Remontarnos 30 años atrás es hablar de un mundo que no existe más y, sin embargo, en el caso del MERCOSUR, ese momento sentó las bases para la construcción de un modelo de integración al que, pese a las críticas, hay que asignarle algunos éxitos importantes como la construcción de cadenas regionales de valor o la unificación de una posición común frente al ALCA.

Para referirnos a estos orígenes, en realidad, debemos retroceder un poco más atrás, hasta 1985, con el inicio de las conversaciones entre Alfonsín y Sarney que años después darían origen al bloque con la incorporación de Uruguay y Paraguay.

De estas conversaciones, la referencia habitual es a la necesidad de ambos gobiernos por fortalecer sus incipientes democracias frente al poder militar para lo cual limar los conflictos entre los tradicionales rivales sudamericanos parecía una buena idea.

Sin embargo, por detrás de esto, cada país traía tras de sí otros intereses que si bien divergentes coincidieron en un objetivo común que fue el acercamiento entre ambos países y el pasaje, tal como afirman Russell y Tokatlian de la fase lockeana de la relación a la fase kantiana, de adversarios potenciales a socios.

Porque el primer punto a tratar es que el MERCOSUR reordena la fractura tradicional de Sudamérica entre el mundo hispano, por un lado y el viejo imperio del Brasil, por el otro, para ir definiendo una nueva fractura entre el eje del Atlántico y el eje del Pacífico.

Para llegar a esto se produce, en primer lugar, un quiebre entre las capacidades de ambos países. Si para los años ’50 el PBI de la Argentina era el doble del de Brasil y sus intelectuales hablaban de la necesidad de cuidarse del imperialismo argentino, a mediados de los años ’80 esta relación se invierte con creces llegando el PBI brasileño a representar entre 3 y 4 veces el PBI argentino, sepultando la competencia por la hegemonía económica regional y aceptando el lugar de Brasil como primus inter pares.

De hecho, este salto de la economía brasileña generó un cambio interno en la propia mirada que se hacía sobre el rol que debía jugar el Brasil tanto en la región como a escala global. Así, en los años ’80 comienza a abandonarse la tradición del Barón de Rio Branco de aceptar la hegemonía estadounidense y servirse de ella, como un segundo al mando, para aumentar el poder de Brasil en un esquema de búsqueda de mayor autonomía.

Argentina, por su parte, emergía de la Guerra de Malvinas con un fuerte bloqueo económico comercial de su principal mercado, Europa, con la caída de otro gran socio como fue la Unión Soviética y con el peso de una deuda impagable sobre sus espaldas.

En ese marco Brasil, más que un socio político, que lo era en virtud de la mencionada “debilidad democrática” era sobre todo un salvavidas económico, relación que perdurara en la mirada Argentina incluso cuando en los años ’90, la Argentina transforme su idea de independencia política en relaciones carnales con los Estados Unidos.

Es decir, que mientras Brasil llegó al MERCOSUR con una mirada más geoestratégica que económica, la Argentina se incorporó desde un planteamiento más asociado a la posibilidad de ampliar su mercado de exportaciones dotándolo, además, de un sesgo industrialista, hecho que ya había sido planteado por Prebisch y otros autores durante décadas.

Estás lógicas, con ciertas oscilaciones, se mantuvieron presentes a lo largo de estos 30 años.

Los peligros de cara al futuro

Mirando a futuro, dos peligros parecen presentarse en el horizonte. Para la mirada argentina, es decir la mirada que ve en la región un espacio central para su política de desarrollo, es la presencia china el punto de quiebre.

El avance importador chino está rompiendo las cadenas de valor regionales, reemplazando proveedores argentinos en Brasil, y brasileños en Argentina, enflaqueciendo la relación económica entre ambos socios. De continuar esta tendencia, que se ha ido agudizando sin importar los gobiernos, la base material del MERCOSUR quedará muy comprometida y sus defensores muy acotados.

Además, justamente en relación a este punto de achicamiento de los defensores de la integración, los altos rindes de ganancia que generan las relaciones con el gigante asiático provocaron, principalmente en Brasil, un desmembramiento del posicionamiento de la élite industrialista paulista la cual, al haber diversificado sus intereses con inversiones en el sector agrario o minero brasileño, comenzaron a privilegiar dichos mercados y el libre comercio por sobre los espacios regionales y las medidas más proteccionistas.

Este giro, observado con claridad en la ausencia de una voz defensiva en la firma del acuerdo MERCOSUR-Unión Europea desde tierras brasileñas muestra a las claras los peligros para el MERCOSUR Productivo de esta nueva posición.

El segundo punto de quiebre, ya para la mirada brasileña, es el abandono de su búsqueda de convertirse en jugador global, hecho que para la séptima u octava economía del mundo no debería estar entre las opciones.

Y, sin embargo, con la presidencia de Bolsonaro este movimiento inaudito de política exterior parece ser una variable a considerar.

La total entrega a los intereses financieros, del agro-negocio y las lógicas liberales propuestas por el gobierno Bolsonaro sin dudas traerán, así como lo han hecho en la Argentina, la debacle de su economía. Claro, en pandemia es difícil observar este fenómeno y de hecho el desastre sanitario tapa el desastre económico, pero ya las proyecciones del propio FMI muestran que para 2022 Brasil abandonará su lugar dentro del G-8 de las principales economías del mundo.

A esto debe sumársele la ausencia de una política exterior clara que vaya más allá de lo propuesto, ya no por los Estados Unidos, sino por la fracción conservadora del Partido Republicano.

En este sentido, una segunda presidencia de Bolsonaro que solidifique un cambio en el posicionamiento internacional de Brasil sería un nuevo punto de inflexión para el MERCOSUR dado que aquel viejo anhelo de Brasil de tomar a la región como punto de apoyo para su proyección internacional, quedaría sin efecto.

Los cambios necesarios

En este contexto, las estrategias y las políticas regionales que favorezcan el sostenimiento y crecimiento del MERCOSUR a futuro son variadas pero una agenda de 5 puntos para pensar desde la Argentina indicaría lo siguiente:

  1. Revisar la relación de los socios con China, repesando un MERCOSUR de cara al Pacífico desde una posición conjunta. Esto debe darse tanto en la concreción de las negociaciones bilaterales con el socio extra regional como así también en el cuidado de los flujos comerciales regionales. Pequeña mención en relación a este tema, a la necesidad de resolución del problema paraguayo – chino en torno a la posición sobre Taiwán, hecho que si bien no impide, dificulta el trabajo conjunto.
  2. Un MERCOSUR que miré al Pacífico necesariamente tiene que pensar una relación fructífera con los países sudamericanos de dicha cuenca. Por ello es central, en primer lugar, culminar con el proceso de incorporación de Bolivia como Estado puente con dicha región, con lazos históricos con el Perú. Es imprescindible además, reconstituir los lazos de infraestructura detenidos con el escándalo del Lava Jato y reencontrar canales de coordinación común ante la caída en desgracia de la UNASUR y el Consejo Sudamericano de Infraestructura.
  3. Desde la Argentina, al menos, promover con fuerzas las cadenas de valor regionales e incentivar la asociatividad con financiamiento a las empresas que logren vincularse con otras de los países socios. De esta forma se favorecería el nacimiento de agentes defensores de la integración en otros ámbitos por lo cual el beneficio es doble.
  4. Fortalecer el trabajo a nivel sub-nacional de manera de encontrar un lugar en la integración para cada territorio, acercando el MERCOSUR a la ciudadanía y a los actores materiales concretos de manera, nuevamente, de reencontrar agentes de la integración en los demás países más allá de las diferencias políticas. Las provincias, y no sólo las fronterizas, tienen que tener una voz activa en el proceso. Por ejemplo, en el caso de la Provincia de Buenos Aires, más de la mitad de sus exportaciones tienen como destino el bloque y, en particular, las de mayor valor agregado. De la existencia del MERCOSUR depende poder pensar (o no) una estructura económica diversificada en la provincia permitiendo con ello modelos de desarrollo más inclusivos.
  5. Y finalmente, apostar por la renovación política en Brasil, en el sentido de reconstruir el rol positivo que tuvo este país en la estabilidad continental en los últimos veinte años pre Bolsonaro que permitieron generar institucionalidad regional y acuerdos, además de dotar al Brasil de una plataforma unida y en paz desde donde proyectarse. En este sentido, la presencia de un Brasil fuerte en el escenario global es un activo para la Argentina, para la región y para el MERCOSUR.

Encarando esta agenda se puede aportar al fortalecimiento del bloque en un mundo sumamente desafiante y en una región en transición. Pero lo cierto, es que, al menos para la Argentina, es difícil pensar un país integrado, desarrollado económica y socialmente sin pensarla en un marco regional.

Por ello, en este 30 aniversario hay que celebrar lo conseguido pero sabiendo que sólo una actitud pro activa por parte del gobierno y los distintos actores involucrados en el tema (provincias, empresas, sindicatos, academia, movimientos sociales, etc.) pueden lograr revitalizar el proceso, ampliarlo y ponerlo en línea con los desafíos del presente.


¹ Investigador UBA/UNLA. Integrante del Observatorio del Sur Global.

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