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Elecciones en Estados Unidos | Las protestas ciudadanas y el riesgo del discurso del odio

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Newsletter Elecciones en Estados Unidos

A medida que se acercan las definiciones sobre las elecciones norteamericanas el tiempo parece acelerarse y los grandes temas y hechos políticos van cambiando de sentido en el debate público. En las últimas horas, el debate se ha centrado sobre un paquete de cuatro decretos que Trump impulsa para seguir fortaleciendo las políticas contracíclicas en una apuesta porque los daños en la economía no terminen siendo la clave que defina su derrota en las presidenciales. Se trata de medidas dirigidas a un sector de trabajadores medios golpeados por la recesión que, decepcionados por el obamismo fueron determinantes en 2016 y son la clave para sus aspiraciones de reelección en 2020.

La relevancia política es que los decretos surgen luego de que las negociaciones para que el paquete fuera aprobado en el Congreso se estancaran. De esta forma, Trump, “patea la mesa” una vez más y sus adversarios insisten en el carácter autoritario de la medida, cuestionando sus atribuciones presidenciales para hacerlo. “Las acciones escasas, débiles e inconstitucionales del presidente exigen además que tengamos un acuerdo”, dijo la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, representante demócrata por California. Como respuesta, Trump acusó a los demócratas de tratar de impulsar políticas de “extrema izquierda”, una jugada clásica que busca aislar a sus adversarios de la influencia sobre el sector no politizado del electorado. 

Para bien o para mal, el método de Trump ha sido mantener una iniciativa permanente en varios frentes, generando siempre reacciones tendientes a exacerbar la reacción de ciertos sectores del electorado que definitivamente no va a votarlo, de manera tal que la radicalización de la reacción de sus adversarios los aleje del sector disponible y en disputa, que desconfía en general de los políticos y de las visiones ideologizadas del mundo. 

La eficacia de esta metodología política fue puesta a prueba en 2020 frente a las masivas protestas que se desplegaron tras el asesinato de Goerge Floyd, un hecho singular que alteró el escenario político. De la noche a la mañana, mientras Trump esperaba centrar la atención de los norteamericanos por el exitoso relanzamiento del programa espacial Space X, se encontró con un masivo movimiento pacífico de protesta que lo ponía en una incómoda posición ante una parte de su electorado que defiende el uso de armas y es partidario del discurso del odio

La fórmula de Trump, si bien novedosa, recoge una vieja enseñanza que acuñó como máxima Don Drapper , el protagonista de la serie Mad Men: “If you don’t like what’s being said, change the conversation”, que podría traducirse como “Si no te gusta lo que se está diciendo, cambia la conversación”. A partir de provocaciones, utilización del aparato mediático y represión selectiva que las protestas, su apuesta fue a que los reclamos sean percibidas como una expresiones de odio sectoriales y no como demandas ciudadanas democráticas. Aún resta ver cómo el electorado norteamericano terminará saldando el debate, pero veamos más de cerca ese proceso.

Protesta, Represión selectiva y radicalización

Desde el asesinato de George Floyd el pasado 25 de mayo en manos de la policía en el estado de Minnesota, las protestas contra el racismo institucional y la violencia policial bajo lemas como “Black Lives Matter” o “No Justice No Peace” se han propagado dentro de los Estados Unidos con gran rapidez. No sólo en lo referido a la amplitud geográfica – desde estados cosmopolitas hasta zonas más rurales y conservadoras – en menos de tres meses de manifestaciones, si no también en la resignificación que se le dieron a las consignas con el correr de las semanas.

Desde el mes de mayo el número aproximado fue de 5.000 protestas a lo largo del país, abarcando más de 140 ciudades. Lo que empezó como una forma pública y pacífica de dar a conocer las grandes desigualdades raciales que vive la sociedad norteamericana, terminó con el desplazamiento y vandalización de estatuas que, según los/as manifestantes, eran el símbolo de la esclavitud y de la opresión tanto de personas negras como de pueblos originarios; desde Cristobal Colón al confederado Jefferson Davis, pasando por los fundadores del país, Thomas Jefferson y George Washington.

Figuras políticas, consignas y símbolos que eran parte del sentido común de la sociedad norteamericana, que penetraban en lo más profundo creando una devoción ciega hacía el patriotismo y orgullo nacional, hoy son cuestionadas y entregadas al revisionismo histórico.

Estatua de Cristobal Colón derribada en Saint Paul – Minnesota

«MAKE AMERICA GREAT AGAIN» la otra cara de la moneda

A pesar del enfrentamiento entre manifestantes y agentes policiales que se traslado de costa a costa, incluyendo estados como Texas, California o Virginia, el foco de la atención estas últimas semanas fue el estado de Oregon, en la costa oeste del país. Especificamente la ciudad de Portland, que ya lleva un poco más de dos meses consecutivos de protestas.

La respuesta militarizada de Trump fue enviar agentes federales y amenazar a otras ciudades importantes con tomar la misma decisión si las protestas no cesaban en el corto plazo, como fue en el caso de Chicago. Esto llevó a muchos a cuestionar su forma de actuar, tildándolo de autoritario y hasta a compararlo con dictadores; como el periodista Charles Pierce que escribió “Una gran ciudad estadounidense está cayendo suavemente en la influencia de Pinochet a plena luz del día”.

Pareciera que todo es parte de un plan electoral del presidente que consistiría en el despliegue de fuerzas federales en territorios líderados por demócratas – Kate Brown, gobernadora de Oregon, y el alcalde de Portland, Ted Wheeler -. Y con la presencia política de Chad Wolf, Secretario interino del Departamento de Seguridad Nacional, quien aseguró que el DHS (por sus siglas en inglés) “no va a ceder en sus responsabilidades. No estamos escalando las protestas, estamos protegiendo” frente a los reclamos pidiendo la retirada de los agentes federales de la ciudad.

En el caso de las protestas en la ciudad de Washintong D.C., que es una ciudad que depende directamente del gobierno federal, Trump pudo recurrir a movilizar las tropas de la Guardia Nacional para despejar las calles. Sin embargo, en el caso de Portland no pudo hacerlo por la negativa de la gobernadora. 

La Guardia Nacional es el cuerpo militarizado para la defensa del país, ya que el ejército no puede actuar en situaciones de conmoción interna. En estos casos, los alcaldes suelen pedir la intervención de la Guardia Nacional al Gobernador, quien suele acceder. En caso que la orden venga desde el ámbito federal, los gobernadores suelen acceder también. Un triste ejemplo en este tipo de colaboración para la represión interna fue la masacre de la Universidad de Kent State, en 1970, donde el alcalde pidió que intervenga la Guardia y el gobernador aceptó, a pesar que el alcalde era demócrata y el gobernador republicano. Lamentablemente la represión terminó con 4 muertos y 9 heridos que desataron una huelga estudiantil nacional.

Frente al crecimiento de las protestas, la Guardia Nacional fue llamada en 15 estados. Sin embargo, no todos los estados lo vieron necesario. La reticencia de los gobernadores demócratas a convocar a la Guardia Nacional reflotó el viejo debate sobre los derechos de los estados frente al gobierno federal; el mismo debate que los defensores de los Confederados sostienen que fue el inicio de la Guerra de Secesión (1861 – 1865).

Para evitar esta discusión en la caso de Portland, Trump recurrió al Departamento (ministerio) más nuevo de los Estados Unidos, aquél creado tras el 9-11 para hacer valer la Patriot Act y combatir el terrorismo en territorio estadounidense:  Seguridad Nacional (Homeland Security).

¿Por qué recurrir a Seguridad Nacional en vez de la Guardia Nacional? Pues porque Trump decidió comenzar la campaña electoral presentado a las protestas, no como un caso de desorden interior, sino como terrorismo o secesión. En el discurso dado en el acto en Tulsa dijo:

“La desquiciada turba de izquierda está tratando de vandalizar nuestra historia, desacralizar nuestros monumentos, nuestros hermosos monumentos. (…) Quieren destruir nuestra herencia para poder imponer un nuevo régimen represivo en su lugar.”

“La elección en 2020 es muy simple. Quieren inclinarse frente a la turba de izquierda o quieren pararse orgullosamente como Americanos?”

Incluso cargó directamente contra la diputada demócrata por Minnesota, Ilhan Omar, quien es refugiada somalí. En el mismo discurso, Trump se refirió a ella diciendo que su intención es “hacer al gobierno de nuestro país similar al del país del que ella se vino, Somalía: sin gobierno, sin seguridad, sin policía, sin nada – sólo anarquía”.

Por eso las tropas federales del Departamento de Seguridad Nacional no responden ni consultan con el estado de Oregon ni con el alcalde de Portland. Sólo responden al gobierno federal. Su despliegue responde a remarcar la figura de Trump como el candidato de “la Ley y el Orden”, frente a los demócratas que consienten, apañan o incentivan las protestas.

“Seguridad Nacional no se irá de Portland hasta que la policía local complete la limpieza de anarquistas y agitadores”

Ted Wheeler, alcalde demócrata de Portland, denunció la situación ante los medios: “Es una ocupación inconstitucional. Las tácticas que han sido utilizadas por nuestros agentes federales son abominables. No actuaron con causa probable, no se les dice a las personas por quién están siendo arrestadas y se le niegan sus derechos constitucionales básicos” después de ser alcanzado por los gases lacrimogénos que tiraban los oficiales federales.

El accionar del DHS en Portland se caraterizó por la represión con gases lacrimogénos y oficiales armados, arrestos de manifestantes, secuestros fuera del área de protesta en autos sin identificar y gente hospitalizada, sumándose a la intromisión de la Oficina de Aduana y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP por sus siglas en ingles) para detener a manifestantes. Esta última organización es conocida por su cercanía a Trump en su campaña contra la inmigración.

Debido a este accionar, los manifestantes también están denunciando a las fuerzas federales por la violación de los derechos civiles, humanos y constitucionales de los habitantes de Portland.

Todavía no hay encuestas en el estado de Oregon para candidatos presidenciales, por lo que es difícil decir cómo puede afectar este tipo de represión en la campaña. Es difícil considerar que Trump quiera ganar el voto oregoniense de esta manera, en especial si consideramos que es un estado donde los demócratas ganan los asientos electorales ininterrumpidamente desde 1988. Sin embargo, el dilema entre seguridad y desorden será más determinante en los resultados que obtendrán tanto Joe Biden como Donald Trump el próximo 3 de noviembre.

Este mes tambíen se celebran las primarias en estados claves para la definición de un resultado: Michigan, Arizona, Kansas, Missouri, Washington el 4/8. Tennesse y Hawaii el 6/8 y 8/8 respectivamente. Connecticut, Minnesota, Vermont, Wisconsin el 11/8 y por último Florida, Wyoming y Alaska el 18/8. Mientras que la esperada Convención Demócrata que mostrará a Joe Biden como candidato oficial se celebrará del 17 al 20 de este mes de forma virtual en su mayoría, la cual seguiremos de cerca en los próximos artículos.

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