Por Gabriel E. Merino*
¿Hay o no hay una desdolarización del sistema mundial? Si observamos estrictamente el plano económico, sin lugar a dudas el dólar mantiene la primacía y actúa como moneda global, a pesar de un lento declive de los últimos años.
Entre otros datos se observa que las reservas en dólares a nivel mundial son de casi el 59%, con una caída del 12% desde sus máximos históricos a principios de siglo. Le sigue el euro con 19,7%, el yen japonés con 5,3%, la libra esterlina con 4,6% y el Renminbi (RMB) chino (también conocido como yuan) con sólo el 2,8%. Por otro lado, esto también se observa en el conjunto de las transacciones internacionales, en donde el RMB está presente sólo en el 7% de las mismas, aunque dio un salto del 70% en tres años.
Pero desde febrero-marzo del año pasado se produjo una enorme aceleración de iniciativas políticas y el desarrollo de condiciones para que dicha desdolarización del sistema mundial se produzca. Lo cual están inherentemente relacionado con la crisis de la hegemonía estadounidense —categoría distinta a la de dominación y a la de poder. Uno de los elementos centrales de una hegemonía es la capacidad de establecer el sistema de mediaciones de definen el orden mundial, siendo la moneda una de ellas.[i]
¿Cuáles son esas condiciones e iniciativas?
La primera y fundamental es el cambio estructural que se está produciendo en la economía mundial. La transición geoeconómica hacia Asia resulta clara y se destaca allí el liderazgo de China, lo cual tiene inevitables consecuencias geopolíticas. No sólo porque en dicho continente se produce el 52% del PBI industrial del mundo, habita el 60% de la población y se encuentran los principales poderes emergentes. Sino porque además esa tendencia estructural no hace más que profundizarse con el paso del tiempo. Con China a la cabeza, este año la región de Asia-Pacífico crecerá 4,6% y contribuirá con el 70% del crecimiento económico mundial según el FMI. En 2023 se espera que Estados Unidos crezca sólo un 1,6% y la Eurozona sólo un 0,8%, en contraste con China con 5,2% e India con 5,9%. Es en esta región, junto con otros actores de Eurasia, en donde se observan algunos de los avances centrales que apuntan a la desdolarización del sistema mundial.
La segunda es que desde 2014, con el inicio de una nueva fase de la crisis de orden mundial y la agudización de los conflictos entre el viejo polo de poder dominante frente a los polos emergentes, comienzan a desarrollarse un conjunto de iniciativas monetarias y financieras multilaterales, que son parte o expresan un nuevo multilateralismo frente al viejo orden (Dólar, el FMI y el Banco Mundial). Algunas de ellas son: el banco de los BRICS lanzado en Brasil en 2014, que ahora bajo la presidencia de Dilma Rousseff promete otorgar gran parte de los créditos en monedas de los miembros del bloque; el exitoso impulso por parte de China del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura vinculado a la Iniciativa de la Franja y la Ruta; el inicio de una estrategia global por parte de Beijing para internacionalizar el RMB, siendo los swap cambiarios bilaterales una de las herramientas claves; la creación de sistemas de pagos internacionales por parte de China (CIPS) y Rusia (SPSF) frente al SWIFT controlado por el Norte Global; el lanzamiento en 2018 del mercado de futuros del petróleo en la Bolsa Internacional de Energía de Shanghái que apunta al establecimiento de un “petro-yuan”. A ello se le suma la enorme capacidad financiera de China, que cuenta con los cuatro primeros banco por activos del mundo; así como también la proliferación en distintos países de estructuras financieras y fondos con relativa autonomía, proceso que se ha acelerado desde la Pandemia.
La tercera tiene que ver con lo que está ocurriendo con el oro. Ya en 2009 se produjo un retorno a la acumulación del metal por parte de los bancos centrales, al calor de la crisis financiera mundial de 2008 con epicentro en el Norte Global y la disparada del proceso de financiarización en EE.UU. y Europa para salvar a los bancos y enfrentar la situación económica recesiva. El año pasado esto se disparó: los bancos centrales compraron 1136 toneladas, un récord en 50 años (crisis de los años 70’); mientras que el precio del oro pasó de 1146 euros la onza en mayo de 2019 a 1833 en mayo de 2023.
La cuestión estratégica es que son los bancos centrales los grandes compradores, con 33% de la demanda global (algo que no se veía desde 1950) a la vez que disminuyen sus tenencias en dólares. Un ejemplo es China, que figura entre los dos mayores tenedores extranjeros de títulos del Tesoro estadounidense, pero que fue reduciendo constantemente sus tenencias: en 10 años sus posesiones bajaron casi 40%: desde 1,3 billones de dólares a 0,86 billones. Es decir, Beijing ha dejado de acumular deuda estadounidense, mientras aumenta la acumulación de oro y otras formas de reservas.
Pero esto es un fenómeno más amplio. Nueve de los diez principales compradores de oro son países emergentes, y por supuesto se destacan India y Rusia, además de China y también Turquía. En relación a este fenómeno se especula sobre la posibilidad de que en agosto se lance una moneda de los BRICS basada en el oro. También aparecen en el debate otras posibilidades como la idea de que dicha moneda esté en relación a una canasta de materias primas. No hay nada confirmado, aunque existen muchas expectativas para la próxima cumbre de los BRICS en Sudáfrica el próximo mes de agosto. En este sentido, la ministra de Relaciones Exteriores de Sudáfrica, Naledi Pandor, reveló que los BRICS planean “desarrollar un sistema de intercambio monetario más justo”, frente al “dominio del dólar”.
La tercera cuestión tiene que ver con la multiplicación de movimientos e iniciativas monetarias y financieras a nivel mundial que buscan escapar a la hegemonía del dólar y el poder financiero anglo-estadounidense. Durante la reciente visita de Xi Jinping a Rusia, V. Putin se pronunció a favor de adoptar el RMB para los pagos entre Rusia y los países de Asia, África y América Latina.
Por otro lado, el gobierno de Arabia Saudita —el mayor exportador mundial de petróleo con 15% del total en 2020 seguido por Rusia con 11,6%— anunció que comenzará a facturar en RMB algunas exportaciones de petróleo a China. El gigante asiático, gran taller industrial del mundo y principal consumidor de materias primas, avanza cada vez más en acuerdos con los principales proveedores de energía del mundo, entre ellos Rusia, Arabia Saudita, Irán y Venezuela, para intercambiar en RMB, lo que puede golpear en un pilar fundamental de la hegemonía del dólar: la comercialización mundial del petróleo (y de las materias primas en general), conocida como petro-dólar.
A su vez, Francia acaba de realizar su primera compra de gas natural líquido en RMB, Brasil ha anunciado la utilización de la moneda china para parte de su comercio con el gigante asiático y lanzó la idea de crear una Moneda Común del Sur en Sudamérica, Argentina ha activado la utilización de RMB para importar insumos industriales chinos, y el comercio entre India y Rusia (que se ha incrementado fuertemente a partir de marzo de 2022) se hace en buena medida en RMB, rupias y rublos. A ello podemos agregar el acuerdo entre Rusia e Irán para reforzar los vínculos financieros y comerciales entre ambos países, que ya se realizan el 60% de los intercambios con sus propias monedas.
Otro dato interesante es que sólo en un año, el RMB pasó del 2% en las transacciones financieras globales al 4,5%. Y a ello se le suma la propia desdolarización de China: la proporción de la moneda china en los pagos y cobros transfronterizos subió a un máximo histórico del 48% en marzo, lo que era del 0% en el 2012. En contraste el uso del dólar para el mismo tipo de cobros y pagos cayó al 47%, mientras que en 2012 era del 83%. Lo que siempre llama la atención de China, cuando se inicia un proceso, son las impresionantes tasas de evolución que muestra.
En el sudeste asiático muchas economías están liquidando cada vez más los pagos entre sí directamente, sin utilizar el dólar, y varios bancos centrales de Asia —desde el Pacífico a “Oriente Medio”— están desarrollando líneas de intercambio en sus propias monedas. Durante el mes de marzo, en la cumbre de ministros de Finanzas y presidentes de bancos centrales de la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental —ASEAN por sus siglas en inglés— uno de los puntos centrales de la agenda fue reducir la dependencia del dólar, el euro, el yen y la libra esterlina en las transacciones comerciales y financieras, para pasar a realizar los pagos en divisas locales. El propio presidente de Indonesia, Jojo Widodo, instó a utilizar tarjetas de crédito emitidas por bancos locales y dejar de utilizar sistemas de pago extranjeros, para proteger las transacciones de “posibles repercusiones geopolíticas”, en alusión a lo ocurrido con Rusia.
La cuarta condición tiene que ver con la propia debilidad relativa de EE.UU. tanto en términos estructurales como coyunturales: inflación, doble déficit de 40 años, bajo crecimiento relativo y una deuda pública federal que superó los 31 billones de dólares en relación a un PBI anual de 25,4 bn. Por otro lado, la utilización del dólar como arma para la guerra económica —que cobra otra dimensión a partir de 2014 al aplicarse contra Rusia— tiene como consecuencia la degradación de las condiciones del dólar como moneda del sistema capitalista global. Ya 30% de los países del mundo enfrentan sanciones del Norte Global, aumentando los incentivos para el desarrollo de sistemas monetarios-financieros alternativos.
¿El dólar no tiene alternativa? Por ahora no, ¿pero es dicho razonamiento el correcto?
Se apunta a que el Renminbi (RMB) no puede sustituirlo en el corto plazo, siendo uno de sus límites la falta de apertura de la cuenta capital. Sin embargo, como apunta Gillian Tett siguiendo un informe del CEPR, ello no puede impedir del todo que la moneda china desempeñe un papel más importante como moneda internacional y de reserva. “Al fin y al cabo, ya ha surgido un mercado extraterritorial del RMB de 200.000 millones de dólares, y la moneda se utiliza en la facturación y liquidación del comercio exterior y los pagos de China, así como en una red mundial de compensación y pagos”. Beijing también podría usar en un futuro inmediato su moneda digital para avanzar con la globalización del RMB. En este sentido, la digitalización de las monedas es otro de los elementos que facilitaría un proceso de desdolarización, al permitir que los bancos centrales negocien directamente entre sí en sus propias monedas.
Sin embargo, el razonamiento desde la “sustitución” es un tanto equivocado. Incluso porque ni siquiera Beijing está planeando eso. Lo que hay que observar es que los grandes cambios en el mapa del poder mundial implican una reconfiguración de la economía mundial y, con ello, del orden financiero y monetario.
Así como el orden de Bretton Woods que cristalizó la primacía del dólar es el resultado de la instauración de la hegemonía estadounidense luego de una guerra de 30 años y el quiebre de la hegemonía británica, la actual crisis de la hegemonía estadounidense y su devenir en la etapa de guerra mundial híbrida y fragmentada aumenta las probabilidades de un quiebre de la primacía del dólar como moneda global en los próximos años si la tendencias actuales no se revierten. A su vez, así como entre el quiebre de la libra como moneda global y la consolidación de hegemonía del dólar pasaron dos décadas de fuertes diputas, no debemos pensar cuál será la próxima moneda global dominante, sino analizar si existen condiciones para el quiebre en el corto plazo y, a partir de allí, proyectar las características de una etapa de grandes disputas, con un escenario multipolar en cuanto a las divisas hacia 2030 como el principal.
No estamos ante la presencia de una caída catastrófica del dólar, que como el poderío imperial estadounidense seguirá siendo muy importante, sino adentrándonos a una cada vez más probable crisis de su función como moneda hegemónica del sistema mundial. Tampoco se trata proceso inexorable, como advertimos en un reciente artículo, ya que en última instancia es el resultado de la pugna entre fuerzas político-sociales, mediadas por los estados, las ideologías y otras instituciones. Pero es hoy la tendencia dominante, que se aceleró a partir de la escalada de a Guerra Mundial Híbrida en 2022.
* Dr. en Ciencias Sociales. Investigador Adjunto del CONICET, con lugar de trabajo en el IdIHCS (CISH / CIG). Profesor Adjunto de la UNLP. Profesor Adjunto invitado de la UNMDP. Miembro del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI). Co-coordinador del grupo de trabajo de CLACSO “China y el mapa del poder mundial”. Director del proyecto de Investigación y Desarrollo: “Transición histórica-espacial del sistema mundial y América Latina.” CIG-IdIHCS-UNLP.
[i]Aclaración teórico-metodológica: es fundamental distanciarnos del economicismo que analiza variables económicas sin observar fuerzas sociales y procesos históricos-espaciales —elementos centrales para la economía política y el pensamiento político estratégico. En este sentido y a modo de ejemplo, hace sólo 15 años, cuando se produce el gran quiebre económico y geopolítico que significa la crisis de 2008-2009, el PBI de China representaba sólo el 25% del PBI de EE.UU. (hoy 75% a nivel nominal) y a nivel tecnológico la brecha ente China y el Norte Global era enorme. La mayor parte de los analistas económicos no sólo no veían en el gigante asiático amenaza alguna, sino que por el contrario, lo consideraban un enorme taller manufacturero de baja complejidad que trabajaba para el Norte Global y para reforzar la hegemonía estadounidense. Otros ya analizábamos el profundo cambio que se estaba produciendo, con el desarrollo de la crisis de hegemonía estadounidense, que en la esfera geopolítica se traducía en el despliegue de una situación de multipolaridad relativa protagonizada por polos emergentes.