Observatorio del Sur Global

Día y noche de la mente china

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por Diego Mazzella para CEDI

China es lo que podríamos llamar un país civilización. Desde hace milenios, esta parte del mundo se ha caracterizado por ser una de las principales fuentes del pensamiento humano, desarrollando distintas formas de interpretar el mundo que nos rodea, sus fenómenos, la forma en el que las personas conviven en sociedad y hasta enfoques acerca del origen del cosmos.

En el libro China, de Henry Kissinger, nos encontramos que el autor destaca que dentro de la mente del pueblo chino conviven dos formas de interpretar el mundo. Se dice que China tiene momentos taoístas y momentos confucionistas. Estas dos filosofías, surgidas alrededor del siglo sexto antes de Cristo, fueron el producto de una época convulsionada y atravesada por múltiples conflictos: guerra, corrupción, crisis económica y desintegración social. Ambas escuelas intentaron, entre otras, dar con algo así como una solución en un mundo donde todo se venía abajo.

Por un lado, podríamos decir que el taoísmo es una respuesta desde lo individual, desde el pensamiento metafísico y hasta esotérico. Para esta escuela, hay un principio absoluto (el Tao) que rige la naturaleza de todos los procesos del universo. Frente a eso, el hombre, los Estados o los emperadores, no tienen más función que interpretar este principio y buscar acompasar su acción en concordancia con este fluir cósmico. El hombre pasa a ser un espectador de un proceso que es un arcano indescifrable e insondable, al cual admira con respeto y, como máximo, custodia. En el Tao, reina la indiferenciación y todo lo que existe no es sino manifestación de una unidad esencial, por lo tanto para el pensamiento taoísta no hay tal cosa como buenas o malas épocas, como fortuna o ruina, bien o mal, puesto que todos estos supuestos conviven en armonía dentro de una realidad dialéctica tal como el día y la noche se suceden dentro de lo que nosotros establecimos como un día (refiriéndonos al ciclo de 24hs).

En cambio, el confucionismo nació como un intento de imponer –frente al caos social– un orden basado en los ritos y la exaltación de antiguas virtudes de épocas doradas que se pierden en el origen de los tiempos. Confucio, principal exponente de esta escuela filosófica, dedicó su vida a estudiar a los antiguos y a partir de allí elaborar un sistema basado en valores como la cortesía, la piedad filial y la obediencia a las autoridades. A diferencia del sabio taoísta, el filósofo confuciano no es un mero espectador de un universo que se desenvuelve frente a sus ojos, sino que se percibe a sí mismo como un interventor activo que debe modelar la imperfecta materia social para que ésta encaje en un modelo rígido de virtud, orden y jerarquías.

Estas dos escuelas filosóficas, con el tiempo, se instalaron en el inconsciente del pueblo chino. Podemos decir que el taoísmo es una filosofía del desorden, la creatividad, la vida natural y que exalta sentimientos rebeldes y hasta anarquistas, esos sentimientos fundantes necesarios cuando este pueblo precisó reinventarse a sí mismo a través de alguna revuelta o revolución. El confucionismo, por su lado, podría caracterizarse como aquello que surge cuando ya la revuelta ha alcanzado su objetivo y se vuelve necesario recuperar el orden social y generar una nueva estructura que permita cimentar los nuevos cambios y establecer un sistema de orden social.

Pongamos por ejemplo la revolución China, con Mao Tsé Tung a la cabeza, que se originó zonas rurales del país, en esas zonas agrícolas y postergadas de los grandes centros urbanos burocráticos de la administración imperial. Esta revuelta, cuyo movimiento es de la periferia al centro, empleó una táctica no convencional basada en una guerra de guerrillas, que demostró una enorme superioridad sobre los obsoletos esquemas de la tradición militar, llevando a este movimiento a su victoria estratégica final. Recordemos la frase de Lao Tsé en el Tao Te King cuando dice “una gran marcha comienza con el primer paso”. Esta frase fue tomada por Mao en una clara muestra de simpatía filosófica, que llevó a denominar ese momento revolucionario como “La gran Marcha”. Una vez hubo triunfado la revolución comunista como nuevo sistema de Gobierno, luego de la guerra civil contra los nacionalistas, llegó la hora del momento confuciano qué implicó generar una nueva burocracia, un nuevo orden social basado en la obediencia al Partido Comunista, pasando ahora el espíritu rebelde a ser considerado una amenaza, tanto es así que hasta el taoísmo fue censurado por “revoltoso”.

Hoy en día vemos como China ha llevado la burocratización del aparato estatal a su máxima expresión. La sociedad china vive hoy en un esquema de férreo control gubernamental, alimentado por un uso y abuso de la tecnología que parece buscar la perfección en el control de cada aspecto de la vida de las personas. Frente a esto nos preguntamos en qué lugar quedan las ideas disruptivas o, por ejemplo, las expresiones artísticas no convencionales (pensemos el caso de ai wei wei). Qué espacio queda, vacío, donde un Estado omnipresente no pueda dictar normas o prohibiciones. Esta asfixia está generando un fenómeno cultural que hace que reviva en el país asiático el interés en el taoísmo, fundamentalmente en aquellas personas que desean recuperar su individualidad frente a una sociedad que, en su afán de expansión económica y geopolítica, no ha dejado ya lugar a la improvisación de ningún tipo, y mucho menos a la disidencia.

Volviendo a una lectura filosófica, podemos encontrar que ambas escuelas de pensamiento parten, aunque sea lejanamente, en sus esquemas de una idea de equilibrio entre opuestos. Podemos preguntarnos si este estado de cosas actual representa una justa medida de las cosas o en cambio demuestra que China avanza hacia sus objetivos políticos de una forma desequilibrada que tarde o temprano generará, en la conciencia de su pueblo, un hartazgo que se traducirá en un desorden que a gritos pida que se recuperen los ámbitos de la vida donde es posible improvisar, disentir y salirse de la regla. Creo que sobre esta dicotomía descansa el éxito del modelo social chino, tanto para dentro como para fuera de sus fronteras. Ya hemos visto esta disconformidad en las protestas de Hong Kong de 2020, nos preguntamos si luego de la crisis del coronavirus no volveremos a ver, quizás de forma más generalizada, un pueblo pidiendo más espacio para ser sí mismo.

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