Por Mariana Vazquez1
“Se dice que la realidad es a veces más extraña que la ficción, y en ninguna parte eso es más cierto que en el caso de los agujeros negros”
Stephen Hawking
La importancia de comprender el contexto de los acontecimientos, puesta en el centro de la escena política argentina recientemente por la vice presidenta Cristina Fernandez de Kirchner, vale también a la hora de analizar, e intervenir, en los debates sobre el presente y el futuro del MERCOSUR.
Los debates que tuvieron lugar la pasada semana en la Cumbre de Jefes de Estado de los Estados Partes del MERCOSUR y Estados Asociados deben ser, también, comprendidos en su contexto particular. Crisis hegemónica, post pandemia de COVID-19, guerra en Ucrania, cambios productivos y tecnológicos, democracias amenazadas, son algunos de los elementos que podemos destacar, sin diferenciar en esta nota entre cuestiones estructurales de largo plazo y otras más coyunturales. Nos interesa aquí destacar que, si bien algunos de estos fenómenos se presentan en diversas partes del planeta, no se puede obviar que sus consecuencias varían en función del desarrollo relativo y de la capacidad de agencia de cada región, esto es, su capacidad relativa para moldear el escenario internacional o incidir sobre él. Esta cuestión ha atravesado, con mayor intensidad que en el pasado, a la Cumbre del MERCOSUR y sus deliberaciones.
El norte y el Sur ¿Universos paralelos?
“La forma más fácil de solucionar un problema es negar su existencia.”
Isaac Asimov, Los propios dioses
“No es posible que, en una reunión entre presidentes de países tan importantes, la palabra desigualdad no aparezca (…).”
Luiz Ignácio Lula da Silva, Cumbre por un Nuevo Pacto Financiero Global, junio 2023
Si bien las grafías son políticas, y el Norte y el Sur no son más que convenciones que expresan relaciones de poder, a los fines de esta nota vamos a asumir la cartografía hegemónica para referirnos a ambos.
Tres sucesos que tuvieron lugar entre mayo y junio, con escalas y protagonistas diversos, muestran un contexto en el cual el Norte y el Sur globales, más que acercarse, parecen haber devenido universos paralelos. Estos acontecimientos son: la Cumbre del G-7, que tuvo lugar entre el 19 y el 21 de mayo en un lugar tan doloroso para la historia reciente como Hiroshima; la gira de Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, por América Latina (concretamente Brasil, Argentina, Chile y México), entre el 12 y el 16 de junio; y la Cumbre por un Nuevo Pacto Financiero Global, que realizó en París los días 22 y 23 de junio.
En la reunión del G-7 participaron sus miembros (Alemania, Canadá, EEUU, Francia, Italia, Japón, Reino Unido) y países invitados (Australia, Brasil, Comoras –en representación de la Unión Africana-, Corea del Sur, India, Indonesia, Islas Cook- en representación de las Islas del Pacífico- y Vietnam). De manera ‘sorpresiva’, en un avión de la República Francesa, se hizo presente el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski. Esta Cumbre nos deja algunas reflexiones. En primer lugar, los países del G-7 pudieron cumplir, en algún sentido, sus objetivos de mostrarse sin fisuras en su apoyo a Ucrania y elaborar una estrategia común en relación con China. En este último tema, las diferencias entre los países europeos y EEUU se saldaron en el documento final en el señalamiento de que no se pretendía un desacople sino una “reducción de riesgos” en la relación con el gigante en ascenso. No pudieron, sin embargo, cumplir su tercer objetivo clave: lograr el apoyo por parte del Sur Global con respecto a lo anterior, para disminuir la percepción planetaria de un escenario del tipo “Occidente contra el resto”. Fue evidente, incluso, el disgusto de líderes como el primer ministro de la India, Narendra Modi, o el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, con respecto a aquellas pretensiones. En segundo lugar, el innegable lugar que tendrá, en el camino elegido por el G-7 para esa “minimización de riesgos”, la disputa por el plexo normativo internacional en temas clave, entre ellos las cuestiones: ambiental, energética, y la relativa a la economía digital. Aparece aquí el interrogante de cuál será el lugar que tendrá el Sur Global en esta producción normativa y cuáles serán las estrategias más viables para países como los nuestros. No parece haber lugar alguno para cualquier país que pretenda influir en estas definiciones en solitario. Por último, el peso que da el comunicado final a la cuestión ambiental y a la transición energética no sorprende. Las arquitecturas normativas que se están creando en estos temas, por fuera de los ámbitos multilaterales de deliberación, son y serán aún más en el futuro, fuertes condicionantes de las principales actividades económicas internacionales y de las políticas de desarrollo de países como los del MERCOSUR.
Úrsula von der Leyen reprodujo en Argentina y Brasil, casi sin mediaciones, el lenguaje del comunicado final de la Cumbre del G7. La Unión Europea no disimula sus aspiraciones de recuperar “terreno perdido” en la región. En su discurso en ambos países, puso énfasis en la necesidad de comerciar con socios confiables, garantizar la seguridad energética, reducir los riesgos en las cadenas de suministro, y en la importancia de enfrentar el cambio climático y la disminución de la biodiversidad, entre otras cuestiones. Afirmó que el Pacto Verde es hoy la nueva estrategia de desarrollo de la Unión Europea y en la necesidad que tiene Europa de acceder a materias primas críticas. Sin embargo, luego de señalar que las inversiones europeas en la región se incrementarán a través del nuevo plan internacional de inversiones Global Gateway, a la hora de insistir en su deseo de que el acuerdo entre el MERCOSUR y la Unión Europea se concluya antes de fin de año, la carroza se convirtió en calabaza. Fue Brasil el país que con mayor contundencia puso sobre la mesa un principio de realidad muy diferente. Expresó su preocupación ante las nuevas exigencias ambientales de la Unión Europea al MERCOSUR, plasmadas en un instrumento adicional que pretende interpretar el capítulo de comercio y sostenibilidad del acuerdo en función de los intereses europeos, a la vez que cuestionó la reciente normativa verde europea que, dados sus efectos extraterritoriales, modifica el equilibrio del aquel tal cual fuera negociado en 2019, con un resultado de por sí ya perjudicial para nuestra región.
La Cumbre por un Nuevo Pacto Financiero Global reprodujo la distancia entre ambos universos que se manifestó en los acontecimientos previamente mencionados. El histórico discurso de Luiz Inácio Lula da Silva en París no dejó dudas acerca de que, o el Norte cambia el contenido de su narrativa y propuestas, o no tendrá el acuerdo o el acompañamiento que pareciera dar por sentado en su pretendido universalismo. El discurso del presidente de Brasil, y el de otros mandatarios del Sur Global, mostró el hartazgo con un lenguaje y/o unas prácticas que no registran ningún cambio en el sentido de considerar las asimetrías de desarrollo o, en la cuestión ambiental, las responsabilidades comunes pero diferenciadas entre regiones.
Es en este contexto que tuvo lugar la Cumbre de Jefes de Estado de los Estados Partes y Asociados del MERCOSUR.
Cumbre del MERCOSUR. Viejos dilemas en nuevos escenarios
“Señor –le dije-, clavo la rodilla y la frente, pero, ¿cómo salir de la noche doliente?
Y respondió: En su noche toda mañana estriba: de todo laberinto se sale por arriba.”
Leopoldo Marechal
El análisis de la reciente Cumbre del MERCOSUR nos remite, en una primera mirada, a dos tipos de canteras. Por un lado, los comunicados de los presidentes, habitualmente oscuros, plagados de lenguaje políticamente correcto, que buscan dar cuenta de supuestos (reales o proclamados) consensos, cuya hermenéutica requiere un trabajo agudo, entre líneas. Y, en segundo lugar, al debate público entre los jefes de Estado, que nos permite asomarnos un poco más de cerca a la ventana de la realidad, que siempre es conflictiva y diversa.
El comunicado de los jefes de Estado de los Estados Partes del MERCOSUR (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, más Venezuela que está suspendida en violación del derecho del MERCOSUR) ya nos habla en su comienzo: el presidente Luis Lacalle Pou no lo firma. Esto nos remite al debate entre los presidentes. De la lectura de este comunicado y del comunicado firmado también con Estados Asociados, se destaca la inclusión y el protagonismo de temas que estaban casi ausentes hace apenas unos años: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación. Se señala en el documento el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas y, por ende, la responsabilidad de los países desarrollados en la provisión de financiamiento, la creación de capacidades, la cooperación científica y técnica y la transferencia de tecnología en condiciones preferenciales. También tienen protagonismo la cuestión de la producción y el uso de energías renovables, la transición energética y la digitalización.
Si nos quedáramos con esta lectura, que habla de acuerdos y coordinación, perderíamos de vista lo central que mostró el debate entre los presidentes: la disputa de proyectos al interior del MERCOSUR que, una vez más, tiene que ver con cómo la región va a vincularse con el mundo. En esta geografía periférica lo que está en tensión es, nuevamente, si vamos a profundizar nuestro carácter periférico y subordinado en lo económico y con disminución o pérdida de soberanía política, o vamos a establecer posiciones comunes soberanas para discutir con aquel universo paralelo, que representan el G-7 o la presidenta de la Comisión Europea. La posición liberal a ultranza, fuera de todo tiempo y espacio, expresada por el presidente Luis Lacalle Pou, que propone un corso a contramano de apertura en un mundo que, como expresó Lula da Silva, se vuelve cada vez más proteccionista, expresa tal vez una posición emblemática de subordinación. Pero también da cuenta de las históricas asimetrías al interior del bloque que otorgan mayores responsabilidades a las economías más grandes. Por su parte, con matices, Argentina, Brasil y Bolivia, estos dos últimos países con más claridad y contundencia, expresaron una posición diferente, de una geografía que se subleva al lugar de mero productor de aquellas materias primas de las que hablaba Von der Leyen en su visita.
“El salto de desarrollo en nuestra región será colosal si logramos anclar inversiones productivas en el MERCOSUR, que agreguen valor a nuestros recursos naturales”, afirmaba Alberto Fernandez. “Es inadmisible renunciar al poder adquisitivo del Estado, uno de los pocos instrumentos de política industrial que nos quedan”, planteaba Luiz Inácio Lula da Silva. Mientras que Luis Arce hacía un planteo muy caro al peronismo argentino al decir “No hay soberanía política plena, si no logramos la independencia económica”.
He aquí el dilema. No es novedoso para nuestra región. Solo gobiernos nacionales y populares que puedan encontrar las claves para decodificar este nuevo contexto, pero levantando sin especulaciones y con convicción las viejas banderas de la independencia económica para la soberanía política y la justicia social, a través de la unidad continental, podrán tal vez, por fin, encontrar la salida al laberinto que vuelve a plantearse en nuestra región.
1 Profesora de la Universidad del Buenos Aires, la Universidad Nacional de Avellaneda y el Instituto del Servicio Exterior de la Nación, miembro del Observatorio del Sur Global, Ex coordinadora de la Unidad de Apoyo a la Participación Social del MERCOSUR (2013-2026), por propuesta del gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner.