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Perspectiva Latinoamericana | Malvinas: una política de Estado para la recuperación

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por Juan Augusto Rattenbach¹

Las disciplinas científicas a lo largo del siglo XX se fueron complejizando de la mano del aumento demográfico de la población con educación universitaria a nivel mundial.

Como ejemplos resonantes tenemos el de la física y el nacimiento de la mecánica cuántica como respuesta para poder describir fenómenos a escala microscópica que eran inexplicables bajo la estructura de análisis de la mecánica clásica.

Estas diferencias de análisis en las escalas también se replicaron en otras ciencias, como la Economía, que desde mediados del siglo XX se divide en dos grandes ramas conocidas: la microeconomía o el estudio de los agentes individuales y la macroeconomía o el estudio de los valores agregados.

El estudio de la Historia no fue ajeno a estas instancias. Fernand Braudel había propuesto un análisis en tres tiempos: uno de larga duración y estructural (auxiliado por la geografía/geopolítica), uno de media duración y social (auxiliado por la sociología y la economía y fuentes estadísticas) y uno de corta duración o individual (auxiliado por la psicología y fuentes como crónicas y los testimonios). El enfoque de la microhistoria posteriormente demostró que no necesariamente los fenómenos sociales a escalas medias en tiempo y espacio se reflejan en los comportamientos individuales o locales.

¿El deporte es ajeno a las variables de espacio y tiempo? Podríamos afirmar que los torneos locales de fútbol se rigen por una lógica mucho más dinámica que el que requiere nuestra selección nacional a la hora de pensar el campeonato mundial que se celebra cada cuatro años.

¿Y qué pasa con la política? ¿La política exterior de un país se rige por las mismas “leyes” que su política interior?

Quizás el triunfo del Partido Demócrata en la presente elección de 2020 en Estados Unidos suponga un cambio en la distribución del ingreso de dicho país. Quizás también suponga un cambio en la estrategia en la lucha contra el coronavirus. ¿Pero cuánto va a impactar el triunfo electoral en la política exterior?

La respuesta es muy obvia. La política exterior de un país suele manifestarse de forma mucho más estática y con cambios graduales en relación a la política interna. No entender las “leyes” del tiempo y el espacio aplicables a la política exterior puede costar muy caro a un país y su pueblo. Malvinas, al ser un territorio en disputa con otra Nación, no es ajeno a estas leyes.

La independencia de los países hispanoamericanos se rigió bajo el principio jurídico de uti possidetis iuris. Dicho principio establece que las delimitaciones territoriales de los virreinatos establecidos por España se mantendrán en los nuevos Estados. Es así como pasamos, el 9 de julio de 1816, del Virreinato del Río de la Plata a las Provincias Unidas del Río de la Plata (o del Sur). Siendo Malvinas una dependencia virreinal desde 1767, nadie puede dudar de la argentinidad del archipiélago. El contexto de la guerra de independencia llevó a la necesidad de forjar el Directorio, un gobierno centralizado, unipersonal con sede en Buenos Aires. Esta forma de gobierno fue tolerada a regañadientes por los caudillos federales (Artigas, López, Ramírez y Bustos) entendiendo la coyuntura revolucionaria.  Sin embargo, la convivencia entre directoriales y federales se quebró al momento de la sanción de la Constitución de 1819 que buscaba consolidar a perpetuidad el sistema de gobierno centralista o proto-unitario. Bustos encabezó el motín de Arequito, López y Ramírez marcharon hacia Buenos Aires. Ambas facciones chocaron el primero de febrero de 1820 en la Batalla de Cepeda con un claro triunfo federal. El Directorio se disolvió y el país se fragmentó en autonomías provinciales, motivo que explica por qué el año 2020 es el bicentenario de la Provincia de Buenos Aires. El caos político post batalla de Cepeda fue tal que los historiadores de forma unánime decidieron bautizar al año 1820 como la “anarquía del año XX”.

Tan sólo unos días antes de la batalla (el 15 de enero) un estadounidense llamado David Jewett fue nombrado por el Directorio como comandante de la Fragata de guerra del Estado “la Heroína”.  Lejos de recostarnos en un formalismo jurídico, nuestro país decidió ejercer de forma plena nuestra soberanía en el Atlántico Sur, mandando a la Heroína a realizar la toma de posesión de las Islas Malvinas. A comienzos de noviembre, y tras un itinerario por demás accidentado, Jewett llegó a Malvinas presentando una circular oficial en inglés y en castellano. El 6 de noviembre se izó nuestra bandera en Puerto Soledad bajo la salva de 21 cañonazos frente a buques loberos estadounidenses y británicos que no veían en Malvinas más que intereses económicos. El hecho impactó en los medios de comunicación europeos y el mundo supo desde entonces (sin objeción alguna) que las Malvinas son argentinas.

Tengamos en cuenta la siguiente imagen: desde el 15 de enero (día del nombramiento) y el 6 de noviembre (día de la toma de posesión de Malvinas) nuestro país pasó de un sistema de gobierno centralizado y unipersonal a otro de tipo confederativo en donde las provincias tuvieron un nivel de autonomía que nunca más se volvió a repetir en la historia y en donde se mantuvieron unidas bajo pactos interprovinciales. En este contexto, Buenos Aires ofició de primus inter pares representando a las demás en el exterior, tutelando así la soberanía de Malvinas hasta la creación de un gobierno federal/nacional en 1853.

El episodio del primer izamiento de nuestra bandera en Malvinas marcó una conducta de largo plazo a prueba de balas de todo tipo de convulsión interna. La guerra civil entre directoriales y federales de la década de 1810, mutó a unitarios y federales en la década siguiente. Este “rebrote” de guerra civil supuso ser aún más virulento que el de la década anterior, siendo el fusilamiento del gobernador Manuel Dorrego el episodio más trágico. Sin embargo, la cruenta guerra civil no impidió la formación de un pueblo argentino estable y económicamente sustentable en Malvinas liderado y auspiciado por Luis Vernet. Es así como entre 1820 (año de la toma de posesión) y 1833 (año de la usurpación británica) tenemos en nuestro haber decretos relacionados con Malvinas firmados tanto por unitarios (Rodríguez, Rivadavia, Del Carril) como por Federales (Balcarce, Rosas).

Esta política de Estado robusta explica también la necesidad que tuvo el Reino Unido de ocupar las Islas, en enero de 1833, tras la destrucción del establecimiento argentino en Malvinas por parte del bombardeo estadounidense de diciembre de 1831, como respuesta al apresamiento hecho por Luis Vernet de tres buques loberos norteamericanos que cazaban lobos marinos de forma ilegal en las costas de Malvinas. La mancomunidad de los intereses económicos estadounidenses junto a las pretensiones geopolíticas británicas en el Atlántico Sur de 1831/1833 explican mejor los acontecimientos de 1982, incluyendo las declaraciones de Joe Biden de ese momento que circularon en las redes en estos últimos días.

La ocupación británica de Malvinas se dio, además, en plena mutación del virus de la guerra civil, esta vez entre federales y federales. Ni los gobiernos efímeros de Balcarce y Viamonte o las muertes de Facundo Quiroga y Manuel Vicente Maza fueron un impedimento en hacer del reclamo de soberanía por Malvinas una política de Estado contundente en el largo plazo. Los frutos tardaron en aparecer, pero llegaron. Tras el ingreso de Malvinas al comité de descolonización de la ONU en 1965, a través de la resolución 2065, obtuvimos luego en junio de 1974 el ofrecimiento por parte del Foreign Office británico al gobierno de Perón una propuesta de devolución definitiva de soberanía. A partir de ese entonces y hasta febrero de 1982 nuestro país se sentó a discutir con el Reino Unido distintas formas para resolver la disputa por Malvinas. Sin embargo, el 2 de abril de ese año supuso una ruptura total con casi 150 años de reclamo de soberanía.

Las consecuencias de la guerra no se hicieron esperar: los británicos no sólo nunca más se sentaron a dialogar para resolver el diferendo de soberanía, sino que además pasaron de ocupar las Islas y 12 millas náuticas alrededor, a ocupar 200 millas en concepto de zona económica exclusiva alrededor de Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur. Esa ruptura explica la actual depredación ictícola e hidrocarburífera por parte del Reino Unido en nuestro Atlántico Sur.

Mientras Cavallo en su rol de Canciller firmaba los acuerdos anglo-funcionales de Madrid entre 1989 y 1990, China recuperaba su soberanía en Hong Kong tras más de cien años de disputa con el Reino Unido.

Pero no todo estaba perdido. La exitosa política exterior del 2003 al 2015 se tradujo en el apoyo inédito y unánime de los países de América Latina a través de organismos de integración multilaterales como Unasur, Mercosur, ALBA y CELAC. Como si fuera poco también se sumaron a nuestro reclamo de soberanía la Unión Africana, la Federación de Rusia y la República Popular de China al mismo tiempo que el Papa Francisco se sacaba una foto con un cartel pidiendo que la Argentina y el Reino Unido se sienten a dialogar nuevamente por Malvinas.

Sin embargo, el gobierno de Macri dio un injustificable giro de 180 grados en relación a Malvinas, subsumiendo a la política exterior de forma irresponsable a una lógica de política interna. La mala praxis se tradujo en el comunicado conjunto “Foradori-Duncan” de septiembre de 2016, en donde el gobierno se comprometía a remover todos los obstáculos que impidan la sustentabilidad de la economía colonial británica en el Atlántico Sur.

Consciente que la única forma de recuperar Malvinas es a través de una política exterior a largo plazo, el presidente Alberto Fernández propuso un proyecto de ley, votado por unanimidad en el Congreso de la Nación, de creación de un Consejo Nacional de Asuntos Relativos a Malvinas, Georgias del Sur, Sándwich del Sur y los Espacios Marítimos e Insulares Correspondientes. La primera sesión del Consejo, encabezada por el presidente, fue el 6 de noviembre en homenaje al primer izamiento de nuestra bandera.

La historia demuestra que la causa Malvinas no puede quedar sujeta a discrecionalidades coyunturales. La única forma de recuperar nuestra soberanía en las Islas es fijando una estrategia de larga duración, que incluya como variable fundamental la integración a escala continental,  para que pueda volver a flamear nuestra bandera en el Atlántico Sur como hace doscientos años atrás.


¹ Abogado (UBA), Magíster en Economía Aplicada (UTDT). Secretario Ejecutivo del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur.

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