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Mirada Multipolar | El fin de la democracia como marca registrada

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por Sebastián Tapia

Hay eventos que son de repercusión mundial porque marcan los finales de ciclos. La elección presidencial estadounidense de esta semana es uno de estos eventos, no porque anuncie el final de la Era Trump sino porque da por terminada una etapa de 70 años de liderazgo político-cultural estadounidense. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial y comenzar la Guerra Fría, el liderazgo estadounidense se resumía en automóviles, Hollywood, la OTAN y la “mejor democracia del mundo”. Sin embargo, esto ya no es más así.

La pérdida de influencia

El ascenso de China como nuevo hegemón mundial es un hecho inevitable a esta altura y la decadencia estadounidense no deja de sumar indicadores. Estados Unidos ya no es el principal productor de automóviles, China produce unos 23 millones frente a los 10 millones estadounidenses, ni el principal exportador, sus viejos enemigos de la Guerra – Alemania y Japón – lo superan ampliamente. Cuando Detroit dejó de ser el centro del aparato productivo estadounidense, la producción e innovación se concentró en los bienes de consumo y, en especial, los de alta tecnología (computadoras, celulares, etc.). Sin embargo, hace rato que ese mercado es dominado por la producción china, si bien las patentes y los diseños en su mayoría son estadounidenses.

Hollywood sigue siendo la principal herramienta de soft power norteamericana, pero la digitalización del mercado audiovisual permite el ingreso de producciones de todas partes del mundo, diluyendo su poder de influencia. Además, ya no es la principal productora de films, siendo más que triplicada en cantidad de films por la industria india: Bollywood. Por otro lado, China e India cuentan con más salas y espectadores que Estados Unidos, pero generan una ganancia menor.

El poderío militar estadounidense sigue siendo el mayor del mundo, tanto en presupuesto, como en unidades, como en gran parte de la tecnología.  Sin embargo, el sistema de alianzas militares estadounidenses, y en especial la OTAN, ha sido puesto en crisis por la administración Trump.

Su último bien exportable

Pero para una generación criada viendo los dibujos animados de G.I. Joe o las películas de Rambo, había una constante en la política internacional que era la utilización del poder militar estadounidense para la reposición de la Democracia. Es decir, si algún tirano ponía en peligro los derechos individuales, uno contaba con que una invasión estadounidense restauraría el orden natural de las cosas. Y ese orden natural no podía ser otra cosa que la democracia liberal capitalista, el sistema vencedor de la Guerra Fría. Nos contaron que eso sucedió en Granada (1983), en Panamá (1989) y en Irak (1990). Pero claro, eso nos contaron las cadenas de noticias estadounidenses.

Con el fin de la Guerra Fría llegó una nueva oleada democrática a los países de Europa Oriental y Asia, mientras que los latinoamericanos consolidaban los procesos democráticos de la década anterior. Pero para entonces ya no se contaba con la alternativa del bloque socialista, el espejo ante el cual mirarse y arreglarse ya no estaba. La única alternativa, tal como decía Margaret Thatcher, era el neoliberalismo.

Ese neoliberalismo, al cual Dugin¹ define como totalitario – pues no permite alternativa alguna, fue el modelo preferido para exportar por parte de Estados Unidos al resto del mundo. Su propio país se alzaba como ejemplo ante el mundo, como una “brillante ciudad sobre la colina” según Ronald Reagan. El éxito económico de la globalización y el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información ponían a Estados Unidos como el ejemplo a seguir, como el único modelo para todas las sociedades. Tanto fue así que ya no necesitaba el apoyo local de la población ni autorización alguna de Naciones Unidas para imponer su modelo a otras culturas y pueblos. Y así fueron “democratizados” Serbia, Afganistán, Irak (otra vez), Libia, Somalia, Yemen y Siria.

Sin embargo, actualmente este ejemplo se ha desvanecido. Económicamente sigue siendo una de las principales potencias, pero ya no tiene el liderazgo ni el nivel productivo de antes. China ha tomado su lugar económicamente, pero Estados Unidos siempre contó con la “superioridad” de su democracia ante el “autoritarismo” chino para sustentar su posición de liderazgo internacional.

Perder la ventaja

Las elecciones presidenciales de 2020 mostraron que esta ciudad en la colina no era tan brillante. Es el fin de un largo proceso de desmantelamiento del poder popular estadounidense, para su concentración en las corporaciones económicas, sumado a la desestabilización política en sustitución a la negociación política.

Este desmantelamiento es de larga data. La utilización de la Guerra contra las Drogas para desactivar las organizaciones sociales de resistencia o la Guerra contra el Terrorismo, con su famosa “Patriot Act” permitiendo espiar cualquier actividad que cuestione el accionar del gobierno, fueron erosionando la capacidad de presentar alternativas políticas al mainstream de los partidos Demócrata y Republicano. Por otro lado, el cabildeo o lobbying, tan propio de la cultura anglosajona, fue llevado a nuevos niveles con el fallo de la Corte Suprema en 2010 que reconoce el derecho de las empresas estadounidenses de aportar dinero a las campañas políticas sin límites, como si fueran individuos.

La irrupción de Donald Trump en la arena política en 2016 generó una nueva ruptura en la sociedad estadounidense, entre aquellos que buscaban mantener el viejo orden político neoliberal – que se había establecido con Reagan y Bush padre, florecido con la globalización de los Clinton, consolidado por la fuerza de Bush Jr. y refrescado bajo Obama – y aquellos que buscaban “drenar el pantano de Washington” y “hacer a Estados Unidos grandes otra vez”.

El conflicto entre estos bandos, digamos entre globalistas y soberanistas, dejó al descubierto el lado oscuro del mundo político estadounidense que no cabía ya en las reglas acordadas de la democracia neoliberal. Ya no era una lucha en el continuo “izquierda-derecha” dentro del mismo neoliberalismo, sino que se afectaban intereses intra e inter partidarios con miradas diferentes sobre cómo organizar su sociedad y el mundo.  El diálogo político fue dejando paso a maniobras constantes, reñidas con la legalidad y las costumbres políticas. El ejemplo más claro de eso fueron los dos procesos de juicio político contra Trump, el Russiagate y el Ukraniagate, cuyo objetivo no era la remoción del presidente como un castigo por haber violado una ley, sino la destrucción de la imagen presidencial. Los demócratas sabían que no contaban con los votos para el impeachment, sin embargo el proceso permitió horadar la imagen de Trump durante los cuatro años de gobierno.

La idea de que la influencia rusa en las elecciones de 2016 permitió el acceso de Trump a la Casa Blanca, todavía sin poder comprobarse, terminó por destruir la confianza en el sistema democrático estadounidense, ya en decadencia desde las elecciones del año 2000. La sociedad estadounidense fue cerrándose en dos campos diferentes, desconectados entre sí, y adoptando acciones violentas por fuera del sistema político social. Ejemplo de esto es el enfrentamiento entre milicias ciudadanas y protestantes durante los desmanes por las protestas por la violencia policial en Kenosha.

El resultado real de la elección será determinado más adelante, cuando se reúna el Colegio Electoral y nombre el nuevo presidente a mediados de Diciembre. Mientras tanto, cada uno de estos campos avanza por carriles diferentes: el campo de Trump continúa con las acciones legales, las denuncias de fraude y espera llegar a la Corte Suprema para decidir. No está mal recordar que el reciente nombramiento de Amy Coney Barrett en esta corte favorece a una mayoría de jueces conservadores ¿Pero serán también Trumpistas?. El campo de Biden, por otro lado, ya se declara ganador, desmiente la posibilidad de fraude y niega cualquier influencia extranjera – no como en 2016 – y cuenta con el apoyo de todos los grandes medios de comunicación y redes sociales para establecer esto como un hecho consumado.

Poco importa si las elecciones fueron limpias, como dice la Comisión Federal Electoral, los errores de conteo fueron involuntarios y la diferencia se debió a la gran cantidad de votos por correo, o si es todo un plan parte de una guerra híbrida para derrocar a Trump e impedir su reelección. Lo que deja en claro la elección es que Estados Unidos ha perdido su autopercibida superioridad moral para decidir qué gobiernos son efectivamente democráticos y cuáles no.

Pero deberá pasar algún tiempo hasta que el gobierno estadounidense se dé cuenta de este cambio. El mismo día en que la Democracia ejemplar no podía definir su nuevo presidente y comenzaban las denuncias de fraude electoral, desde el Departamento de Estado exigían que los líderes políticos de Costa de Marfil se apeguen a la Ley tras las elecciones del 31 de Octubre.

Otras elecciones

El peso de Estados Unidos en los organismos internacionales hace imposible la crítica a su proceso electoral. La OEA el año pasado presentó un informe instalando la idea de fraude en las elecciones de Bolivia, que luego llevó a un golpe de Estado contra el presidente Evo Morales, basándose en la diferencia en los votos ingresados al conteo electrónico. Esto es, a pesar de existir una diferencia de más del 10% entre los candidatos. En el caso de Estados Unidos, con los mismo problemas en el conteo y una diferencia menor entre los candidatos, la OEA no vio “ninguna irregularidad”.

El senado estadounidense ya decidió que las elecciones en Diciembre en Venezuela no son democráticas, en conjunto con la decisión del ejecutivo de seguir apoyando al autonombrado presidente, Juan Guaidó. Queda ver si el resto del mundo acompañará esta afirmación si en Venezuela transcurre una jornada electoral sin sobresaltos y todos los participantes aceptan el resultado. Lo que sería, de por sí, un comportamiento más democrático que lo visto en norteamérica.

La necesidad de rediscutir el concepto de democracia

En las vísperas de la recuperación de la democracia boliviana tras el breve y cruel período autoritario de Añez, es bueno recordar que comienzos del siglo XXI, cuando se abrieron paso y llegaron al gobierno experiencias populares en el Cono Sur como las de Chávez, Correa, Evo Morales o Néstor Kirchner, las usinas de pensamiento hegemónico encendieron las alarmas de preocupación por la democracia. Se trataba de procesos que efectivamente desplegaron, con muchos más aciertos que errores, importantes innovaciones institucionales y políticas para ampliar los estrechos márgenes de la democracia neoliberal y reponer la legitimidad en el sistema político de sectores históricamente excluidos.

Las impugnaciones a estas experiencias en nombre de la “verdadera” democracia, se canalizaron mayoritariamente a través del quiebre de la institucionalidad y una vez que llegaron al gobierno desplegaron experiencias esencialmente antipopulares y represivas, como se ha visto en Bolivia, Ecuador y Brasil. Más allá de la orientación claramente autoritaria de los liderazgos y sectores sociales que sostuvieron ese repliegue democrático en el Cono Sur, la experiencia norteamericana viene a recordarnos que el modelo mismo está fallado.

La exclusividad del modelo de democracia neoliberal ya no puede sostenerse, y es de esperar que la no aceptación de los resultados por parte del trumpismo la vuelvan imposible en el propio escenario norteamericano. El consenso sobre las reglas de juego de la democracia neoliberal, que también afecta a Europa, se quebró junto con el quiebre en la propia sociedad norteamericana en distintos niveles: no solamente el quiebre entre “los de arriba” y “los de abajo”, acrecentado tras la crisis de 2008, sino el quiebre en el seno del establishment del cual Trump es finalmente un emergente. 

Ante este escenario de crisis, quizás se abra en el mundo una adaptación multipolar al concepto de democracia. China se presenta comienza a delinear una fuerte alternativa ideológica, política y económica. Su modelo de “Socialismo con características chinas” no es exportable porque está adaptado a la sociedad china, pero su éxito económico y su estabilidad política contrastan con el caos interno que presentan los Estados Unidos. En paralelo al cierre de las campañas demócrata y republicana, el Partido Comunista Chino publicó su plan para el 14° Plan Quinquenal, continuando un proceso de planificación económica iniciado en 1953.

Estabilidad política, brillante futuro económico y una democracia de base seguida por un sistema de ascenso meritocrático es, en pocas palabras, lo que el Partido Comunista Chino ofrece.

Rusia, por otro lado, ha hecho grandes avances para mejorar la transparencia de su proceso político. Tras las elecciones parlamentarias de 2011, cuestionadas por la oposición como fraudulentas, a pesar de duplicar sus curules a expensas del partido de gobierno, el gobierno decidió mejorar las condiciones para las presidenciales de 2012. Instaló urnas transparentes y cámaras de video en todos los centros de votación, accesibles a todo ciudadano por internet. Sin embargo, las acusaciones de fraude siguen siendo comunes desde la prensa y los gobiernos exteriores, no así en su justicia electoral.

Desde el punto de vista ideológico, Rusia sostiene un modelo democrático capitalista, pero no basado en la globalización neoliberal, sino en la inviolabilidad de las soberanías nacionales. A pesar de su diferencia con el el modelo chino, ambos coinciden más en cómo organizar el próximo orden mundial multipolar que con lo propuesto por Estados Unidos. Y es aquí donde la última ventaja que tenía Estados Unidos, su carácter democrático, dejó de ser incuestionable.

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