por Damián Paikin para Diagonales
Lacalle Pou choca a la Argentina con la propuesta de reducir sensiblemente el arancel externo común desde el MERCOSUR, y por encarar una agenda de liberalización comercial.
La relación entre los gobiernos de Argentina y Uruguay atraviesa hoy un muy mal momento. Más allá del uso que se hace en estas costas de la figura de Lacalle Pou como virtual antagonista ideológico del presidente argentino, lo cierto es que por temas coyunturales y estructurales el propio presidente oriental ha tomado una actitud extremadamente beligerante con respecto a la Argentina.
Con respecto a la coyuntura, vale la pena recordar que Lacalle Pou llegó a la presidencia luego de un reñido ballotage donde obtuvo 50,8 contra 49,2 del candidato del Frente Amplio Daniel Martínez. En la primera vuelta, la diferencia de Martínez había sido de más de 10 puntos sobre el actual presidente.
Es decir que para ganar, y para gobernar, debió construir una variopinta alianza, denominada multicolor, con los restos del tradicional Partido Colorado y con el novedoso Cabildo Abierto, una expresión derechista admiradora de Bolsonaro que obtuvo en esa elección el 11% de los votos y generó por primera vez desde el surgimiento del propio Frente Amplio un cimbronazo en el estable sistema de partidos del Uruguay.
En este contexto, su posicionamiento extremo contra el populismo latinoamericano, donde incluye tanto al gobierno argentino como el venezolano o cubano, actúa como cohesionador de dicha alianza, buscando además tomar un liderazgo regional de derecha en el marco de un declive de las viejas referencias como pueden haber sido las figuras de Sebastián Piñeira o Iván Duque.
El MERCOSUR en el centro del debate
El punto donde se cruza este terreno coyuntural, más discursivo-ideológico, con el terreno estructural es en su posición en relación al MERCOSUR, donde nuevamente choca de frente con la Argentina a partir de la propuesta de reducir sensiblemente el arancel externo común y encarar con agresividad una agenda de liberalización comercial a partir de acuerdos comerciales con terceros países.
Estructural decimos por que más allá de las formas, esta idea uruguaya no es una propuesta nueva. Ni siquiera el anunciado acuerdo de libre comercio con China lo es. Ya había sido planteado por el propio Tabaré Vásquez en el año 2016, quien a su vez –anteriormente- había intentando avanzar con un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos en 2006 cosa que fue rechazada de pleno por su propio partido.
Las razones para esto se vinculan al modelo de inserción internacional que se propone Uruguay como proveedor de materias primas y receptor de servicios financieros y logísticos para la región. Esta definición en pos de la construcción de una economía hiper especializada parte de un análisis negativo del devenir del propio MERCOSUR, el cual en su mirada impidió, ante la ausencia de políticas de combates a las asimetrías, generar encadenamientos productivos regionales o mecanismos de compensación que permitieran al Uruguay desarrollar en parte su perfil industrial.
A este diagnóstico se suma un dato fáctico. A partir de 2016 China pasó a ser el principal socio comercial de Uruguay, por encima del propio bloque.
Sin embargo, estos análisis habitualmente pecan de una parcialidad pasmosa ya que sólo ponen en la balanza supuestas ganancias sin atender a los costos que traería una ruptura del MERCOSUR, sobre todo para una economía tan pequeña y dependiente como la uruguaya.
En un interesante estudio de Daniel Canggiani se aprecia que un cuarto de las exportaciones uruguayas, obviamente las de mayor valor agregado y las que más empleo generan, siguen fluyendo hacía la región. Pero además, la coordinación de políticas migratorias, educativas, viales, y un largo etc. que se conducen en el MERCOSUR quedarían afectadas, aumentando los costos de coordinación y generando grandes dificultades al país de la banda oriental. De esto puede servir como ejemplo la enorme crisis en la provisión de combustibles que hoy está sufriendo el Reino Unido a raíz de las políticas migratorias adoptadas a partir del Brexit.
Todos datos que no aparecen cuando se promociona con bombos y platillos un acuerdo con China que, de todos modos, no ocurrirá, principalmente porque China no tiene nada que ganar en el mercado uruguayo y difícilmente se enfrentaría a la Argentina, con quien tiene mayores relaciones políticas y comerciales, para sellar ese acuerdo.
Obviamente, el fiel de la balanza en este punto, así como también en el destino del MERCOSUR, no es Uruguay, sino Brasil, economía que sí podría proyectarse al mundo sin el bloque tal como plantea su ministro Paulo Guedes, pero donde aún el proyecto de desarrollo no está saldado ni frente a sectores opositores, ni al interior del propio gobierno.
En definitiva, la compleja y nutrida agenda de relaciones que vinculan la Argentina con Uruguay merecería principalmente de parte del gobierno uruguayo una presentación más amigable de las diferencias, así como también de parte del gobierno argentino un reconocimiento de las dificultades estructurales en las que se encuentra la economía oriental.
Los cambios en el MERCOSUR son necesarios e inevitables, pero posiblemente no en el sentido destructivo que plantea Lacalle Pou, sobre todo teniendo en cuenta que la baja unilateral de aranceles afecta directamente la capacidad de negociación futura del bloque con otros países o regiones. Y, por otra parte, pensando que un modelo de desarrollo primarizado, aún en el Uruguay, puede generar consecuencias en el empleo y el ambiente que pongan en jaque la economía del país a futuro.