Por Ignacio Martín Ruiz*
Desde el ascenso de Xi Jinping como presidente en el año 2013, el protagonismo de la República Popular China en propuestas que involucran al conjunto de la humanidad aumentó. Sus dirigentes enarbolan una narrativa política que teje un horizonte futuro para las relaciones internacionales sobre la base de postulados tales como el destino común de la humanidad, la prosperidad colectiva, la coexistencia armoniosa con la naturaleza, el desarrollo pacífico, el intercambio recíproco mutuamente beneficioso y el camino chino a la modernización. Se lanzaron múltiples iniciativas de carácter globalista como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la Iniciativa para el Desarrollo Global y la Iniciativa para la Seguridad Global. En un contexto de disolución hegemónica, fragmentación policéntrica y proliferación de crisis en simultáneo, ¿puede la consolidación de esta narrativa ser un elemento decisivo en la transición hacia un paradigma de la transmodernidad (Dussel, 1998) en las relaciones internacionales?
Nuestra actualidad nos sitúa en un momento bisagra. Múltiples crisis intersectan jaqueando la posibilidad de legar a nuestras generaciones futuras un mundo en paz y unidad. La crudeza de los diagnósticos respecto a nuestros horizontes futuros son tales que la pregunta ¿qué hacer? muchas veces parece carecer de sentido. Sin embargo, los movimientos que se están dando en el ordenamiento global pueden abrir espacios vacíos que habitar y promover para así aumentar las posibilidades de una humanidad en armonía consigo misma y con el planeta. Donde yace una posibilidad persiste una esperanza. ¿Puede el sufrimiento colectivo que atraviesan las generaciones humanas del presente ser la chispa de esperanza para germinar un nuevo paradigma de vinculación [1]?
A partir de este diagnóstico, es viable contemplar cuatro hipótesis teóricas de largo alcance respecto de desenvolvimiento del proceso de crisis y transición en que nos encontramos: 1) el ordenamiento global emergente será uno en el que no habrá, ni se consolidará, “un” hegemón global, 2) el sistema-mundo global se compondrá a partir de la interacción en red de múltiples nodos regionales, cada uno de ellos resultado de la articulación e integración local entre los Estados, también entendidos como nodos, 3) estos nodos regionales no se constituirán sobre la base de una hegemonía asentada sobre el poder económico y militar, la imposición, la presión o la sanción, sino a través de la integración y complementariedad pacíficas, orientando y coordinando las políticas exteriores de cada Estado hacia una cooperación internacional genuina, la prosperidad común regional y global y la interconexión compasiva [2] y 4) Latinoamérica puede constituir un nodo regional fundamental para la concreción del nuevo ordenamiento, pero para ello debe atravesar un profundo proceso de integración, articulación y desarrollo colectivo.
La hipótesis de corto plazo es que la llave para destrabar el escenario antes descrito es la articulación de una narrativa del Sur Global. Conocemos los avatares del colonialismo, la dependencia, el neoliberalismo, el hegemonismo y el eurocentrismo. Compartimos trayectorias únicas en su historicidad, pero complementarias en su vivencialidad, por lo que trabajando conjuntamente las oportunidades pueden abundar. En este sentido, China es un país cuya cultura y política internacional resultan de sumo interés para promover posibilidades para la construcción de esta narrativa en las relaciones internacionales debido a que: a) es un actor internacional que muestra interés y disposición en disputar la forma del ordenamiento global presente. b) es la segunda economía del planeta camino a ser la primera. c) propone un modelo de modernización alternativo al “progreso occidental”, d) el contenido de su narrativa política internacional coincide con una visión de cooperación, paz y armonía; y e) su cultura milenaria resulta de interés para la problematización de la vincularidad humana en pos de alcanzar un horizonte de transmodernidad (como por ejemplo los saberes del neidán, el chikung, el taichichuán, la cultura Hehe, la visión Tianxia, los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica de Zhou Enlai y más).
Para arañar la superficie de estos aspectos culturales y así hacernos una idea de su potencialidad, el neidán, el chikung y el taichichuán son saberes orientados a alcanzar un sentido de equilibrio y bienestar interno en cada persona a través de la alineación e integración de los aspectos fisiológico, bioenergético y psíquico de nuestro organismo. Es decir, aborda la vincularidad hacia nosotros mismos. La visión de Tianxia apunta a un sentido de comunidad humana global en orden y armonía. Es decir, aborda la vincularidad entre nosotros. La cultura Hehe abraza a las anteriores y además se orienta a una concepción de vincularidad armónica, tanto al interior de la propia comunidad humana, como entre la comunidad humana y el planeta. En definitiva, la cultura china está repleta de posibles respuestas a la crisis de vincularidad que estamos atravesando en nuestro presente y merece prestársele atención, observarla, e integrarla en pos de la posibilidad de una transmodernidad plena.
Y aún más, la fuerza de esta posibilidad es que esta narrativa es sostenida e impulsada por una potencia. Más allá de la coherencia entre lo dicho y lo hecho, cuestión que deberá ser contemplada y observada, la posibilidad que se abre para todos los países que han sido sistemáticamente excluidos de la toma de decisiones a nivel global por los “países desarrollados” de la narrativa del Atlántico Norte es enorme. Resulta entonces que es beneficioso observar y problematizar las posibilidades de integración, desarrollo e inserción colectiva que se abren para Latinoamérica en un mundo en transición, poniéndolas en diálogo con la narrativa y estrategia que China impulsa en materia de política internacional. La clave de la época que se está avizorando parecen ser los procesos de integración y complementariedad, tanto a nivel local, nacional e internacional. ¿Cómo podemos promover con agilidad el proceso de integración latinoamericano? ¿Cómo podemos brindar valor agregado a nuestros sectores de I+D? ¿Cómo podemos construir un nodo regional que promueva un ordenamiento global ya no basado en el conflicto, la competencia y el temor, sino en la armonía, la cooperación y la compasión? ¿Puede la narrativa y estrategia de China resultarnos útil para abordar estas cuestiones? Es una pregunta que deberá responderse.
[1] Por paradigma de vinculación entiendo a la problematización de la vincularidad humana en cuatro niveles: 1) hacia nosotros (fisiología, bioenergía, psiquis); 2) entre nosotros (social, cultural); 3) hacia el ambiente (relación sociedad-naturaleza); y 4) como comunidades humanas (identidades colectivas, relaciones internacionales).
[2] Entiendo por interconexión compasiva aquella según la cual en las consecuencias y resultados de las acciones y decisiones de los Estados miembro está contemplado el bienestar holístico de las poblaciones de los Estados que participan en los acuerdos y tratados de integración, orientando las negociaciones y proyectos a garantizarlo.
* Licenciado en Ciencia Política – UBA, integrante del Observatorio del Sur Global.