Durante la semana en curso fuimos testigos del viaje a China de la comitiva argentina encabezada por el diputado Máximo Kirchner y el ministro de Economía Sergio Massa. Uno de los propósitos de esta misión diplomática era acceder a fuentes frescas de financiamiento para engrosar las escasas divisas del tesoro y alcanzar mayor margen de maniobra frente a las acciones especulativas y desestabilizadoras de ciertos actores del mercado que juegan con el calendario electoral.
Una de las declaraciones que más resonó durante esta gira fue la que pronunció el presidente del PJ bonaerense, Máximo Kirchner, en la Universidad de Fudan (institución que distinguiera con un doctorado a Néstor Kirchner en 2004) cuando dijo lo siguiente: “Destaco el carácter colaborativo de la relación (entre Argentina y China), donde las ayudas se realizan sin ejercer ningún tipo de presión”. Frase que resulta clave, puesto que sintetiza el corazón de los postulados de la narrativa política internacional de la República Popular China (RPCh) que se puede resumir en: la cooperación ganar-ganar, el respeto mutuo y la construcción de una comunidad de futuro compartido en pos de la prosperidad común. Postulados que, de hecho, Máximo reafirmó durante su intervención en la Academia de Ciencias Sociales de China (ACSC), al día siguiente. En dicha oportunidad afirmó, entre otras cosas, que “compartimos plenamente el concepto de comunidad con destino compartido a la hora de intervenir en la política internacional y en los organismos internacionales ya que nadie se salva solo en un mundo en crisis”. Y agregó que Néstor y Cristina “profundizaron las relaciones bilaterales a partir de lo económico, pero también desde lo cultural, social y humano con China, siempre a partir de los principios de la cooperación, el respeto, el beneficio mutuo y la autonomía sin condicionamientos”.
¿Por qué resulta necesario y pertinente remarcar las declaraciones del dirigente argentino sobre los postulados chinos? La respuesta es sencilla: se trata de oportunidades que se presentan, y se deben aprovechar, para alumbrar y construir una nueva forma de cooperación internacional. Una que contraste con la forma que toman aquellas “ayudas oficiales al desarrollo” digitadas por ciertos líderes y equipos de trabajo de países que, cabe agregar, usualmente tienen una autopercepción que los sitúa en un escalafón por encima del resto. Estas ayudas son otorgadas, no por la necesidad de las poblaciones que las reciben, sino por la conveniencia política de influir sobre las decisiones de los gobiernos locales o conseguir beneficios que decuplicarán la asistencia ofrecida. Ayudas que, en última instancia, suelen ser “autoayudas”, debido a que no están sinceramente dirigidas a abordar las necesidades reales de los países receptores, sino, muy a menudo, a tener un “as bajo la manga” al momento de asegurarse que las decisiones de los gobernantes locales coincidan con sus intereses estratégicos.
Por tanto, en nuestro presente se plantean tanto la necesidad de rediscutir las formas en que se estructuraron las instituciones internacionales de la posguerra como también del propio concepto y subyacencia de la cooperación internacional.
La Organización de Naciones Unidas señala en su Carta: “(…) Realizar la Cooperación Internacional en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión.”
Nos encontramos en un mundo marcadamente desigual, en el que pocos países tienen infinitamente más de lo que tienen la mayoría en su conjunto. Si bien escuchamos esta afirmación incontables veces, debemos reiterar la existencia de esta realidad porque aún es necesario incorporar su verdadera dimensión a nuestra cotidianeidad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) es la que reúne a aquellos países cuyo PBI e infraestructura civil permite categorizarlos como “países desarrollados”, según determinados criterios establecidos (el PBI es el principal y se incorporó el Índice de Desarrollo Humano sin que se tradujera en cambios significativos en la calidad de la cooperación internacional). La OCDE está compuesta por sólo 38 de los 194 países oficialmente reconocidos por la ONU que componen la red global. En porcentaje esto es un 19,6% del total, lo que quiere decir que el 80,4% restante es un país “no desarrollado” (o subdesarrollado, en desarrollo, emergente, etc.). La observación crítica al respecto de este binomio desarrollo/no desarrollo es que aquellos países desarrollados lo son debido a la relación que establecieron con los “no desarrollados” durante determinados períodos históricos. ¿Qué quiere decir esto? Que las economías de los países que establecieron cómo comprender la realidad de la vinculación internacional son poderosas hoy debido a que se aprovecharon de los recursos naturales, la mano de obra barata y los “mercados disponibles” de otros países mediante la superioridad tecnológica u organizativa en momentos históricos determinados.
La manera en que se construyó el entendimiento del mundo está sustentada en la falsa noción de que el progreso y desarrollo válidos son solo aquellos que los países del Atlántico Norte experimentaron. Cabe recordar que, para empezar, sometieron a gran parte de los países del mundo al estatus de colonias. Aquí se hace importante destacar otro fragmento de la intervención de Kirchner (h) en la ACSC: “cada país debe construir su propio camino de desarrollo, que necesariamente debe ser con igualdad de oportunidades y con inclusión”. Y justamente la RPCh pregona abiertamente la importancia de que cada país y región encuentre su propio modelo de desarrollo teñido de sus propias peculiaridades históricas, culturales, sociales, etc. Esto tiene una importancia trascendental puesto que abre las puertas a cuestionar y criticar los mandatos del progreso típicamente occidental (del Atlántico Norte). Aquel “progreso” que el filósofo alemán Walter Benjamin criticó efusivamente al compararlo con una tempestad que empuja a un ángel que no puede detener su marcha y mira hacia atrás horrorizado de la estela de ruinas que yace a sus espaldas.
Pero inclusive, el propio binomio Desarrollo/No desarrollo que se aplica en la política económica de las relaciones internacionales es una categoría inventada Ad Hoc. Según Gustavo Esteva, su nacimiento tiene fecha: el 20 de enero de 1949. Más específicamente, el discurso inaugural del entonces presidente estadounidense Harry Truman, cuando afirmó que “tenemos que lanzarnos a un audaz y nuevo programa para poner a disposición del mejoramiento y desarrollo de las regiones atrasadas los beneficios de nuestros adelantos científicos y de nuestro progreso industrial”. “Desarrollo”, “regiones atrasadas”, “nuestros adelantos y progreso”. Las palabras no son inocentes y la utilización de los conceptos reviste una importancia fundamental. ¿Podría ser que, en lugar de desarrollo y no desarrollo, habláramos de bienestar y prosperidad? Y si fuera así, ¿podría entonces la cooperación internacional digitarse de manera tal que genuinamente se dirija eficazmente a abordar las problemáticas de la inmensa mayoría de los países del planeta? Por último, ¿podría construirse una genuina cooperación ganar-ganar?
En la actualidad, “La” cooperación internacional está dirigida a “países en desarrollo” y digitada por los “países desarrollados”. ¿Es descabellado pensar la cooperación desde otra óptica? Una cooperación internacional según la cual dos o más actores, sean estatales, políticos o privados, acuerdan dirigir sus esfuerzos para satisfacer necesidades concretas de poblaciones que en el momento actual no cuentan con los recursos disponibles para abordar esas problemáticas. Así, el objetivo último de la cooperación internacional no es el “desarrollo”, sino las condiciones de posibilidad para el bienestar y prosperidad de las poblaciones y no más hablar de desarrollo, en vías de desarrollo o no desarrollado.
Bienestar social y prosperidad común pueden constituir conceptos más determinantes a la hora de abordar las acuciantes crisis que atraviesan nuestro presente.