Columna de Federico Montero – 3/12/2025
Lo que nos aparece en los medios y las redes es una saturación de la presencia de Donald Trump en la región a través de distintos niveles de intervención. Un primer plano es una intervención decidida y frontal en materia electoral en los últimos procesos electorales, condicionando económicamente y expresándose a favor de los candidatos alineados con el sector del partido republicano que conduce Donald Trump, tal como se ha visto en Honduras el fin de semana, al igual que en Argentina o en Bolivia hace no tanto tiempo. A esto hay que sumarle lo que pueda suceder en Chile dentro de unas pocas semanas.
Pero lo más notable es una intervención de tipo militar, generando un cerco sobre Venezuela en distintas dimensiones: diplomáticas, económicas, mediáticas, que acompañan la prepotente presencia militar en el mar Caribe que terminó con las amenazas de una invasión terrestre. Está en duda el hipotético resultado de una incursión de ese tipo, pero todo parece orientado a intentar quebrar la unidad política entre el chavismo, el gobierno venezolano y las fuerzas armadas bolivarianas. Todo ocurre en un marco de gran incertidumbre donde convive por un lado la situación de la mayoría del pueblo venezolano que que transcurre su vida en relativa normalidad. se hacen compras, la gente sale a pasear, con una tensión enorme y movilizaciones del chavismo, como respuesta a la guerra psicológica, la presencia de la flota norteamericana y las amenazas permanentes.
En las últimas horas Maduro calificó como “cordial” la conversación que habría sostenido con Trump el 21 de noviembre. Obviamente no se sabe el contenido de esa conversación, pero los primeros trascendidos apuntaban a un supuesto pedido de Donald Trump a Maduro para que abandone la presidencia. La respuesta de Maduro habría sido la contraria. Todo eso presiona sobre el sistema político venezolano y genera una respuesta popular en términos de movilización en un contexto donde se busca además aislar a Venezuela de los aliados naturales que tenían producto de la desarticulación de todos los procesos de integración regional que habían permitido sortear los intentos de desestabilización o varios de ellos en otra etapa. No existe más la UNASUR producto de la decisión de gobiernos como los de Mauricio Macri en su momento y armar en su momento el llamado “grupo de Lima” durante la primera presidencia de Donald Trump, que consistió en un espacio de articulación de distintos gobiernos de la “derecha democrática”, como se lo solía llamar en ese momento, para generar una desestabilización sobre Venezuela. El reconocimiento de Juan Guaidó como presidente, el recital que se quiso hacer en la frontera con Colombia y todo ese operativo no logró desestabilizar a Maduro aunque sí afectó severamente los activos venezolanos en el exterior. Ahora Trump volvió al gobierno y como aún no tiene todavía las condiciones para generar un grupo de Lima, aunque está buscando gobiernos afines y el principal perrito faldero de esa iniciativa de nuestro presidente Milei, lo que está haciendo es presionar con la presencia militar sobre el mar Caribe y también sobre el Pacífico.
Un punto álgido del tema es que la Marina de EEUU está desarrollando también acciones que serían ilegales también en el propio marco de la doctrina militar y defensa norteamericana, que prohíbe el asesinato extrajudicial de civiles, como se está llevando adelante sobre embarcaciones presuntamente ligadas al narcotráfico. Esta doble vara respecto de los principios de legalidad también se ha manifestado en el reciente indulto al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, que había sido condenado por la justicia norteamericana por narcotraficante. Su reciente liberación forma parte de la preparación de las condiciones para que ese mismo Partido Nacional regrese al gobierno en Honduras, en caso de que el accidentado conteo termine favoreciendo al candidato del PN. Con lo cual estamos hablando de una reducción a la utilización pragmática e instrumental de los marcos jurídicos a nivel internacional y a nivel nacional también.
Todo este cuadro merece no solamente una denuncia, sino una estrategia política del campo popular en la región, tendiente a la unidad. Si existieron condiciones a comienzos del sXXI para marcar límites al intervencionismo norteamericano – que siempre existió y es una variable permanente, independientemente de que Donald Trump, digamos, se lo toma muy en serio, como estamos viendo- es porque existió un grado de autonomía de la política en los países a partir de gobiernos nacional populares que combinaron la movilización y la representación institucional. La desestructuración de ese espacio vuelve a América Latina, una pieza en un tablero geopolítico donde distintos intereses de potencias regionales y extra regionales -sean estas aliadas o no-, utilizan la situación de nuestros países como una variable de negociación para sus objetivos en un mundo en crisis.
La estrategia intervencionista de Trump ha caído también dentro del escenario de polarización y fragilidad institucional que vive la propia política norteamericana. Recordemos, Donald Trump llega al gobierno condenado por varias por varias causas después de un intento de ocupación del Capitolio y demás. Es que el propio Trump es la expresión de la crisis de una democracia que nunca fue una democracia, pero que además que estaba en una fuerte crisis institucional y política interna producto de las consecuencias negativas de la globalización sobre el régimen económico norteamericano. Por eso Trump representa un nacionalismo reactivo que está intentando redefinir las reglas de la propia globalización, que Estados Unidos construyó en la proyección del capitalismo a Asia, con epicentro en China, desde los ‘70 del siglo pasado.
Sobre ese complejo telón de fondo se dibuja la polarización política entre republicanos liderados por Trump y demócratas y las alianzas constituidas en la región son redefinidas. Tanto es así que los argumentos para la liberación de Juan Orlando Hernández – el expresidente hondureño indultado por Trump-, se basan en impugnar el proceso judicial que lo llevó a la cárcel por calificarlo resultado de un supuesto acuerdo que habría hecho el entonces gobierno demócrata con el con el gobierno entrante de Xiomara Castro. El dato que ayuda a interpretar todo el cuadro es que Hernández gobernó Honduras mientras Trump gobernó por primera vez en EEUU.
