por Florencia Tursi Colombo
Se viene el gobierno de Pedro Castillo, aunque aún no se lo ha declarado como presidente electo, ya nos encontramos en la cuenta regresiva para que el JNE (Jurado Nacional de Elecciones) proclame los resultados.
El conteo de votos ya terminó y la revisión de actas también, sin encontrarse ninguna irregularidad ni fraude. Se desestimaron todas las solicitudes de nulidad presentadas por Keiko Fujimori y sus abogados. Asimismo, la misión a Washington enviada por la líder fujimorista para pedir una auditoría fracasó. De hecho, la OEA ya había dicho que las elecciones fueron libres y democráticas.
¿Qué viene ahora? ¿Qué podemos esperar del gobierno de Castillo? ¿Cuáles son los desafíos del próximo quinquenio? ¿Podemos hablar de un nuevo horizonte?
La gobernabilidad
El escenario que se percibe para el próximo período presidencial es complejo. Luego de que, en el último quinquenio, el Perú tuviera 4 presidentes, el tema de la gobernabilidad ha aparecido en el centro de los debates y las discusiones. Ningún presidente durante el último período ha podido mantener la estabilidad de su gobierno, por el contrario, han sido constantes los embates por parte de la oposición en el Congreso provocando un clima de inestabilidad.
El próximo gobierno no estará exento de eso. Nuevamente, el Congreso, hará lo posible para impedir, en todo lo que pueda, al gobierno de Castillo.
Un capítulo aparte se merece el Congreso y lo que allí pueda llegar a suceder en lo que podríamos definir como una hiper fragmentación entre las 10 fuerzas que lo integrarán.
Sin embargo, más allá de la fragmentación, el Congreso posee mecanismos, establecidos por la Constitución, para limitar, impedir y hasta vacar a un mandatario, lo cual complejiza el panorama de un presidente que no tendrá mayoría en el Congreso para impulsar las reformas y cambios que plantea.
No obstante, Castillo ha transmitido tranquilidad. En primer lugar, transmitió tranquilidad al no apresurarse a dar declaraciones después de la elección y esperar al pronunciamiento oficial. En segundo lugar, Castillo expresó lo justo y necesario para llevar serenidad a los mercados adelantando quien podría llegar a ocupar la cartera de economía. Asimismo, echó por tierra las especulaciones sobre una hipotética “economía comunista” que elimine la propiedad privada. En este sentido las únicas dos áreas sobre las cuales se conoce a sus posibles ministros son: en salud, Hernando Cevallos del Frente Amplio, un área clave para afrontar la pandemia y continuar con el plan de vacunación; y en economía, a Pedro Francke de Juntos por el Perú, quien elaboró un programa económico que incluye reactivación, generación de puestos de trabajo, estabilidad del dólar, protección de la propiedad privada y renegociación de contratos con las grandes empresas extractivistas.
La oposición
Podríamos llegar a ver tres tipos de oposiciones al gobierno de Castillo. Por un lado, una oposición de derecha institucional, que está a favor de las instituciones y las vías democráticas. Esta derecha estaría representada en el Congreso por las bancadas de Alianza para el Progreso, Acción Popular y Podemos Perú. Aunque se oponen a los proyectos centrales de Castillo (como al proyecto de convocatoria a una Asamblea Constituyente para una Nueva Constitución), no impedirían la gobernabilidad y en líneas generales, suelen estar contra el uso del mecanismo de vacancia presidencial.
Por otro lado, podemos llegar a ver a una oposición conformada por los grandes poderes concentrados: medios de comunicación y empresas privadas, que están acostumbrados a que el poder político les responda y actúe de acuerdo a sus necesidades. Es decir, una oposición compuesta por los verdaderos hilos del poder, quienes esperan que el nuevo gobierno, la “amenaza de izquierda de Castillo”, no toque sus intereses ni cambie la concentración de ganancias.
Por último, una tercera oposición compuesta por una derecha radical que propaga discursos de odio. Esta radicalización de la derecha fue ganando terreno con cada vez mayor presencia en las calles a través de movilizaciones violentas. Estamos hablando de una derecha que no respeta la democracia y se muestra a favor de un golpe de estado y de intervenciones militares. En el Congreso, este sector tendrá sus representantes en las bancadas de Renovación Popular y Fuerza Popular.
Golpe de nuevo tipo
El problema central, de cara al próximo quinquenio, es que ya no solo hablamos de un clima de inestabilidad, sino que estamos ante un intento de golpe para impedir que Castillo asuma la presidencia.
Keiko Fujimori indicó que no va a aceptar la proclamación. Incluso, apuntó contra el presidente Sagasti de no mantener la neutralidad y de tomar partido a favor de Castillo.
En consecuencia, comenzó a darse un aumento de la violencia por parte de simpatizantes del fujimorismo que se autodenominan como “La Resistencia”. De hecho, atacaron a ministros y periodistas, e intentaron tomar el Palacio de Gobierno.
También, semanas atrás, apareció una carta de oficiales retirados que le solicitaban al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas no reconocer la victoria de Pedro Castillo.
Cabe señalar que las autoridades electorales rechazaron, en la última semana, todos los pedidos de nulidad de votos por presunto fraude o irregularidades que habían sido presentados por Keiko Fujimori. Aunque el viernes pasado, después de que se conozca la desestimación de las solicitudes de nulidad, Fujimori presentó nuevos recursos ante el JEE (Jurado Electoral Especial), unas 10 apelaciones a las resoluciones de proclamación, con el objetivo de impedir que se proclame la victoria democrática de Castillo en las elecciones.
Un nuevo horizonte
Hace algunos años, muy pocos, de hecho, creíamos encontrarnos ante una restauración conservadora en la región. Se trataba de la llegada de gobiernos de derecha, algunos a través de elecciones, otros a través de distintas maniobras y golpes, que coincidían en instalar un clima de retroceso en cuanto a la ampliación de derechos y la redistribución de ingresos llevadas a cabo por los gobiernos de izquierda anteriores, de inicio del siglo XXI.
Sin embargo, en 2018, en medio de ese avance de las derechas, en México, se produjo la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador. Algunos/as nos ilusionamos y empezamos a pensar en la posibilidad de una segunda ola para los gobiernos de izquierda y progresistas de la región. El día de la asunción de López Obrador, cuando él se encontraba yendo en su auto particular para dar el discurso inaugural, un joven en bicicleta lo alcanzó y le dijo una frase que luego, el electo presidente, contó en su primer discurso: “tú no tienes derecho a fallarnos”. Suelo pensar que dicha frase expresa parte de esta nueva oleada.
En Perú fue la aparición de un inesperado líder, un maestro rural, que empezó a hacer frente a una estructura política, económica y mediática acostumbrada a tener el poder e imponer su agenda y sus intereses en los distintos gobiernos. Aunque el camino hasta allí no fue fácil. Entre crisis económica, desigualdad, precariedad, crisis política y crisis sanitaria, el pueblo, sus reclamos y sus derechos fueron silenciados.
Será, tal vez, el tiempo de aquellos países que no pasaron por la primera oleada y que, luego de gran sufrimiento y luchas populares encuentran su camino. Inició en México con López Obrador, continúa en Perú con Castillo y en Chile con la Convención Constitucional, y en Colombia también el pueblo se ha expresado en las movilizaciones.
La elección en Perú fue una sorpresa. El pueblo peruano ha demostrado que está listo para encarar la nueva ola y diagramar una nueva constitución. Sin embargo, se viene un período complejo. La oposición, la derecha y los poderes económicos ya han señalado que no están dispuestos a retroceder e intentarán por cualquier vía seguir imponiendo sus intereses.
Castillo no puede fallarnos porque detrás hay un pueblo que esperó mucho y pasó por mucho para llegar a este día.
El nuevo horizonte para el Perú ya está marcado porque fue producto del aprendizaje de los años anteriores. El pueblo pide una nueva constitución, una nueva economía y una clase política que los escuche.