Por Florencia Tursi Colombo
“También podés elegir morirte de hambre” señaló el ultraderechista Javier Milei en una entrevista reciente. La expresión parece una provocación más de un personaje que busca simplemente llamar la atención y generar indignación para no perecer de la escena mediática y así ganar adeptos en su carrera para las presidenciales. No obstante, la banalización del hambre es un discurso político que genera consecuencias.
El alimento de las personas parece volverse, en el debate público, un asunto trivial que poco parece importar. Pero hay en el debate algo de fondo, la pregunta por ¿cuál es la prioridad económica?
En cierto aspecto, la buena alimentación ha dejado de ser la prioridad. La semana pasada detallamos las causas de lo que podría llegar a ser, en un futuro cercano, una catástrofe alimentaria mundial. Resumimos 5 causas: (1) la primera es la guerra en Ucrania que afectó la producción de trigo y cereales provocando inflación mundial; (2) la segunda es la pandemia que, desde el 2020, generó una concentración de riquezas y profundizó las desigualdades; (3) en tercer lugar, las catástrofes climáticas que están empujando a millones de personas al hambre; (4) también la concentración del mercado, es decir, unas pocas empresas son las que comercian internacionalmente los granos y cereales, las cuales, por su nivel de concentración son las que fijan los precios; (5) y por último, señalamos la falta de diversificación productiva, hay países que no producen ningún alimento de los que consume su población y deben recurrir al mercado mundial para comprarlos, lo que genera una gran dependencia externa, esos países son los más vulnerables ante una posible catástrofe alimentaria mundial.
Es la economía, estúpido
No hay que perder de vista que el hambre es un asunto económico. La economía construyó, en los últimos años, una ficción respecto de un sistema financiero, de flujo de dinero, que parece alejarse de las problemáticas sociales que afectan a las poblaciones. Ese sistema esconde bajo la alfombra la problemática del hambre con el objetivo de hacerla pasar como un problema de los individuos que toman malas decisiones y no de actores económicos que deciden por el conjunto de la sociedad.
Es interesante pensar en cómo ese sistema financiero tiene estrechas relaciones con el hambre en el mundo. Lautaro Viscay, Ex Secretario Técnico de la Reunión Especializada de Agricultura Familiar del MERCOSUR sostiene que “hace bastante se viene anunciando que el sistema alimentario mundial tiene similitudes y se empieza a parecer al sistema financiero global. Si un colapso del sistema financiero global sería devastador, un colapso del sistema alimentario pondría en riesgo la vida humana en todas sus dimensiones”.
El sistema alimentario se parece al financiero respecto de la gestión de los alimentos, es decir como se ordena y organiza el sistema a nivel global. En este sentido el tema del negocio de los alimentos es clave.
La preocupación de los economistas y sectores conservadores de remarcar el hambre no como una necesidad humana sino como un posibilidad de la cual se puede prescindir esconde, en el fondo, el debate por el status quo.
Quienes sostienen los discursos de la banalización del hambre son quienes más trabajan por sostener la desigualdad inherente al sistema de acceso a los alimentos. Esto presenta una paradoja porque, como señala Viscay, “en medio siglo no ha parado de crecer la producción mundial de alimentos y ha superado cómodamente el crecimiento de la población mundial. Las cosechas de trigo han sido las mayores que hemos tenido en la historia. Pero la paradoja es que el número de personas desnutridas aumenta”.
Entonces, el sistema de alimentos no sólo se parece al sistema financiero en cuanto a su organización sino que también los actores detrás de cada sistema son los mismos. “4 corporaciones controlan más del 80% del comercio mundial de granos. Y son esas mismas corporaciones, esos grandes complejos diversificados que han estado comprando semillas, productos químicos, haciendose cargo de procesamientos, en empaque, distribución y en algunos casos hasta ventas al pormenor” afirma Viscay.
Esas grandes corporaciones especulan con los precios y no priorizan el acceso a los alimentos.
¿Cuál es la ética?
En este sentido, Bernardo Klisgber se pregunta e indaga por esa ética empresarial. Justamente, fue a partir de la crisis del 2008 que las empresas privadas entraron en una encrucijada y se les comenzó a exigir una ética empresarial. La responsabilidad social empresarial es, sin dudas, una obligación que tiene que estar hoy más presente que nunca.
No obstante, “en los últimos 15 años las conexiones comerciales entre exportadores e importadores se han concentrado, se duplicaron, y esto responde a la fragilidad del sistema hoy, en donde no se apuesta al stock de alimentos sino al flujo. Que los alimentos vayan y vengan a distintos puntos del mundo, similar al flujo de las finanzas” reflexiona Lautaro Viscay.
El problema es que ese flujo en el sistema alimentario impacta directamente en la seguridad alimentaria. Es decir, no se prioriza el acceso a los alimentos sino su flujo hacia zonas de mayor valor.
Si pensamos en los países que producen alimentos para el mundo tenemos que hablar de un grupo muy pequeño cuyas tierras poseen ventajas comparativas. Un reciente informe de la FAO refirió a los llamados suelos negros, aquellos que concentran mayores niveles de materia orgánica.
Los diez países con más suelos negros en superficie en millones de hectáreas son: Rusia con 326.8M de hectáreas, Kazajstán con 107.7M, China con 50M, Argentina con 39.7M, Mongolia con 38.6M, Ucrania con 34.2M, Estados Unidos con 31.2M, Colombia con 24.5M, Canadá con 13M y México con 11.9M.
La cuestión central respecto de esa concentración, añade Viscay, es que “se ha universalizado una misma dieta global, muy restringida: arroz, soja, maíz y trigo” y la producción de esos alimentos está concentrada en esos países. “Ese paradigma de una dieta estandarizada y concentrada en quienes organizan el sistema de producción, distribución y comercialización fragiliza cualquier situación de enfrentamiento de crisis alimentaria”.
En América Latina el hambre sigue siendo un problema. Si bien es cierto que en los últimos 10 años se redujo el hambre en la región, el nuevo contexto internacional plantea un escenario complejo en el cual las desigualdades y la pobreza podrían profundizarse. En la última semana se ha disparado el riesgo en materia de seguridad alimentaria producto de la creciente inflación. El siguiente mapa grafica las zonas en donde el riesgo es mayor:
Se indican 24 países con mayor riesgo alimentario producto de la actual situación mundial. En América Latina, los países que presentan la situación de mayores dificultades para el acceso y distribución de alimentos son: Haití, República Dominicana, Cuba, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.
En fin, están quienes banalizan el tema y lo vuelven un problema individual negando las causas profundas. Parece oportuno parafrasear al célebre título de Hannah Arent, “La banalidad del mal” para reflexionar sobre lo que son capaces las corporaciones y los actores políticos que responden a ellas para justificar el hambre y la desigualdad.