La pandemia de COVID-19 dejó en claro algo que era discutido pero debía haber sido una obviedad, que el Estado debía tener un presupuesto de salud suficiente para mantener a los servicios con capacidad suficiente para resolver emergencias sistémicas. Esta semana, la propuesta de establecer un impuesto global a las multinacionales, presentada por los ministros de finanzas del G7 y ratificada por sus primeros mandatarios, sacudió al mundo como una buena idea. Efectivamente lo es, pero la propuesta es tan beneficiosa como sostiene el G7 ¿ o es sólo un caso más de gatopardismo?
Pandemia, riqueza e impuestos
La crisis económica a la que ha sumido el COVID-19 al mundo obligó a muchos líderes a replantear el rol del Estado en el control de la economía. Joe Biden, quien asumió la presidencia de Estados Unidos durante la pandemia, presentó a fines de Abril un plan para aumentar los impuestos a los más ricos e invertir en infraestructura.
Este plan fue apoyado por Jeff Bezos, el hombre más rico del planeta, quien en un comunicado de su empresa explicó:
“Reconocemos que esta inversión requerirá concesiones de todos los lados, tanto en lo específico de lo que se incluye como en cómo se paga (apoyamos un aumento en la tasa de impuestos corporativos)”
Por otro lado, el multimillonario financiero Walter Buffet, aclaró que la suba de impuestos corporativos no es tan terrible para las grandes empresas:
“Cuando la gente habla de cómo todo se transmite al cliente y todo, no es así en la mayoría de nuestros negocios (…) Lo que quiero decir, es simplemente, es una ficción corporativa cuando publican declaraciones sobre el hecho de que esto será terrible para todos ustedes si pagamos más impuestos”.
También el segundo hombre más rico del mundo, Elon Musk, le propuso al gobierno de Biden establecer un impuesto al consumo combustibles de base de carbón para favorecer la transición a una economía verde. Pero no tuvo respuesta de la administración Biden.
Es muy grato ver a aquellos más favorecidos por el sistema entender el rol de los impuestos y su utilización para el bien común, si no fuera porque ellos lo promueven porque saben que nunca pagarán esos impuestos. Como no lo han hecho hasta ahora.
Un sitio dedicado al periodismo investigativo, ProPublica, tuvo acceso a datos del sistema impositivo estadounidense con los que pudo comprobar que estos y otros multimillonarios pagan una proporción menor de impuestos que el ciudadano trabajador. Si bien han pagado sumas importantes a lo largo de los años, medido en porcentaje de sus ingresos es ínfimo. Buffet pagó el 0,10% de su riqueza, Bezos el 0,98% y Musk el 3,27%. Mientras que el promedio hogareño estadounidense es del 14% en impuestos federales.
El G7 y su propuesta
Los países ricos del mundo, reunidos en el G7 (Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Alemania, Francia, Italia y Japón) parecen haber reencontrado el significado de los impuestos a las grandes riquezas. Los problemas que buscan resolver es la capacidad de las grandes compañías multinacionales, especialmente las informáticas como Amazon o Facebook, de evadir el control del Estado y la competencia de las “guaridas fiscales” que tienen bajos impuestos para atraer capital.
La respuesta: un impuesto global mínimo a las empresas del 15% de las ganancias.
La propuesta tiene dos “pilares”:
- Que sea aplicada a las empresas con ganancias mayores al 10% de su inversión. De lo que supere ese 10%, el 80% será la base tributaria para el país de origen de la compañia y el 20% oara el país en el que opera.
- Que el impuesto sea un acuerdo global, para que no haya competencia, con un mínimo establecido en 15%.
Ahora se espera que esta propuesta sea llevada al G20 y a la OCDE para lograr mayores consensos en su implementación, de forma de que su aplicación sea verdaderamente global.
¿Es suficiente?
Al igual que en el caso estadounidense, donde los multimillonarios de pronto ven la luz y proponen pagar más impuestos, hay que considerar la propuesta bien en detalle. Al fin y al cabo, esta es la propuesta de los países más ricos del planeta sobre una iniciativa presentada en el G20.
El primer “pilar”, que establece sobre qué montos se fija el impuesto, está definido en favor de los países donde residen esas empresas multinacionales. El impuesto se calcula sobre el 80% de las ganancias por encima del 10% de la inversión, para los países donde reside la empresa y el 20% para donde opera.
El Foro Africano de Administración de Impuestos (ATAF), que fue invitado a participar en la elaboración de la propuesta, propone hacer más fácil el cálculo del primer “pilar”. No sobre el 10% de lo invertido, sino sobre un umbral de ganancias fijo, de unos 250 millones de euros.
El G24, dentro del cual se encuentra la Argentina, también pidió mejorar el reparto entre país de origen y país de operación. Que en el país de operación no se calcule el impuesto sobre el 20% sino que sea progresivo entre el 30% y el 50%, dependiendo del tamaño de la ganancia.
El Reino Unido, por su parte, pretende habilitar una excepción para el mercado financiero, y así salvaguarda las ganancias de la City. Difícilmente esto sea aceptado por otros, lo que hará un acuerdo más difícil.
Otra gran discusión el el porcentaje del impuesto. Se acordó un mínimo del 15%, lo que es un umbral muy bajo. En toda la OCDE, sólo están por debajo del umbral Irlanda (12,5%) y Hungría (9%). Por lo que no habría grandes cambios para los europeos. En caso de haberse fijado en 21%, como proponía originalmente Estados Unidos, 12 países de ese mismo grupo deberían elevar su umbral.
La Comisión Independiente para la Reforma del Impuesto Internacional Corporativo (ICRICT), un comité de expertos organizados por varias ONGs, propone que el impuesto tenga un mínimo del 25%. En ese caso, 18 países de la OCDE deberían aumentar el impuesto.
Otros países cuentan con impuestos corporativos más altos. De acuerdo a la consultora PwC, en China es del 25%, en Rusia es del 20%, en Sudáfrica el 28%, en Argentina del 30% y en Brasil oscila entre el 15% y el 22% y en India varia del 25% al 43,68%.
Cambios para no cambiar
Este mínimo tan bajo acordado no sólo permite que no sean necesarios grandes cambios impositivos, sino que mantiene la ventaja comparativa para atraer inversiones en los países con menor impuesto. Además, mantiene el monto de impuesto a pagar más bajo que lo que podría ser, repartiendo en menor proporción con los países más pobres.
Es bienvenida la propuesta del G7 como un inicio para la discusión global sobre un impuesto a las ganacias de las compañias multinacionales. Pero no debe terminar en la propuesta diseñada por los países ricos para mantener su misma condición. Es decir, si se busca que este impuesto sirva para disminuir las diferencias globales de riqueza, debería ser más alto y mejor repartido. Sino estaríamos ante un nuevo caso de gatopardismo, cambiar algo para que no cambie nada.